Tras casi un año sin publicar nada, ofrecemos a nuestros lectores un pequeño fragmento de una obra de John Owen, sobre la mortificación del pecado. Esperamos que les sea de edificación.
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¿Mortificas? ¿Haces de ello tu tarea diaria? No dejes pasar ni un día sin hacer esta tarea; está siempre matando el pecado, o este te estará matando a ti. Debemos golpearlo como a un enemigo, hasta que deje de vivir. El pecado se esfuerza por engendrar las obras de la carne. Cuando el pecado nos deje en paz a nosotros, podremos nosotros dejarle en paz a él. El pecado es activo cuando parece estar más tranquilo, y sus aguas a menudo son profundas cuando están calmadas. El pecado siempre está actuando, concibiendo, seduciendo y tentando. No hay un solo día en que el pecado no venza o sea vencido. No hay seguridad excepto en una constante guerra contra la desconcertante rebelión del pecado. El pecado no solo trabajará, actuará, se rebelará, turbará e intranquilizará si no es continuamente mortificado; también engendrará pecados grandes, malditos, escandalosos y destruidores del alma (cf. Gá. 5:19-20). Cuando el pecado aparece para tentar, siempre procura expresarse en extremo. Cada pensamiento inmundo sería adulterio si pudiera; cada deseo codicioso sería opresión; y cada pensamiento de incredulidad sería ateísmo. Es como el sepulcro, que nunca está satisfecho. El avance del pecado ciega el alma para que no vea su alejamiento de Dios. El alma se hace indiferente al pecado mientras este sigue creciendo. El crecimiento del pecado no tiene más límites que la absoluta negación de Dios y oposición a Él. El pecado va aumentando gradualmente; endurece el corazón conforme avanza. La mortificación seca la raíz y golpea la cabeza del pecado a cada momento. Los mejores santos del mundo están en peligro de caer si son negligentes en este importante deber. La negligencia de este deber deteriora al hombre interior en lugar de renovarlo. Es nuestro deber «perfeccionar la santidad en el temor de Dios» (2 Co. 7:1), y cada día crecer en la gracia (cf. 1 P. 2:2), y procurar ser renovados en la naturaleza interior día a día (cf. 2 Co. 4:16).
John Owen