Observaciones doctrinales y prácticas
- En la oración, está bien recurrir a la ayuda del lenguaje para expresar nuestros pensamientos y peticiones (v. 1). «Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová» (Os. 14:2). Está bien concebir con precisión lo que necesitamos.
- Si Dios nos da un corazón que ora, también nos dará una bendición en respuesta a nuestras oraciones (v. 1). Todos sus nombres, todos sus oficios y todas sus promesas lo aseguran grandemente. Él oye nuestros suspiros, conoce su significado, puede y considerará nuestro caso.
- La meditación y la oración son deberes relacionados (v. 1). Uno lleva al otro. Habitan juntos. Bates: «Meditar antes de orar es como afinar un instrumento y prepararlo para la armonía. Meditar antes de orar hace madurar nuestras concepciones y ejercita nuestros deseos». En Génesis 24:63, nuestros traductores ponen la palabra «meditar» en el texto, pero en el margen ponen la palabra «orar». Ningún hombre puede meditar con devoción sin orar, ni orar con devoción sin meditar.
- Si en la oración faltan las palabras, y no somos conscientes más que de la respiración, los suspiros y la meditación, hemos de saber que otros han estado en dificultades parecidas (v. 1). Por tanto, no nos desalentemos. Aquel que no apagará el pábilo que humea, puede oír una respiración al igual que un clamor, un gemido al igual que unas palabras y una meditación al igual que un discurso.
- La idolatría debe de ser muy aborrecible a Dios. De la misma manera que el soberano de un imperio ha de enfrentarse a quienes le niegan sus impuestos, Jehová ha de abominar de todas aquellas prácticas que le privan del tributo de la oración y la alabanza, la súplica y la acción de gracias, que le es debido (v. 2). Todo pecado es una injusticia contra Dios. Lo que impide o corrompe su adoración es una afrenta directa, un robo descarado.
- La verdadera oración nunca es descuidada o apática. Es ferviente. Es importuna. Piensa. También clama (v. 2). La tardanza de la respuesta durante un tiempo no hace sino inflamar sus deseos.
- Ninguna maldad debería apartarnos del trono de la gracia de Dios. Si nuestros propios pecados se levantan contra nosotros, impúlsennos a suplicar misericordia. Aquí vemos a David orando inducido por la maldad de los que buscaban su destrucción. Si los malvados maldicen, oremos; si mienten, oremos; si adulan, oremos; si derraman la sangre de los santos, oremos (vv. 1-3).
- Si queremos tener al SEÑOR como nuestro Dios, tomémosle también como nuestro Rey (v. 2). Si rechazamos sus leyes, es seguro que rechazamos su gracia. Si rechazamos su yugo, ciertamente no aceptamos su misericordia. Si su cetro es una ofensa para nosotros, también lo es su plan de salvar a pecadores por su sangre. Si Cristo nos es hecho por Dios justicia, también nos es hecho por Dios santificación.
- Está bien cuando podemos rogar al Señor, como nuestro Rey y nuestro Dios, que nos bendiga (v. 2). Él nos manda que lo hagamos. No nos retiene más que nuestra incredulidad. Si Él nos llama «hijos suyos», ciertamente podemos clamar: «Padre nuestro». Si Él dice: «Vosotros sois mi pueblo», podemos decir: «Dios nuestro». Tomás hizo progreso cuando clamó: «Señor mío y Dios mío».
- La verdadera sumisión y obediencia a Dios no nos hace apáticos, sino vivos en su servicio (v. 3). Despierta el espíritu de la devoción (v. 2). La verdadera religión no es el quietismo, ni el estoicismo, ni el ateísmo. Lleva al alma a la comunión con Dios. Despierta todas sus actividades. Da maravillosa energía. Estimula el pensamiento a medianoche. Engendra hábitos de devoción. No se mueve por ataques y espasmos.
- Todos los días bien empleados deben comenzar con Dios (v. 3). Es justo que Él tenga nuestros primeros y mejores pensamientos. Gill: «La mañana es un tiempo apropiado para la oración, tanto para dar gracias por el sueño y descanso reparadores, por preservarnos de los peligros del fuego, de los ladrones y asesinos, y por las misericordias renovadas de la mañana, como también para orar a Dios que nos guarde del mal y peligros del día, que nos dé el alimento cotidiano y tengamos éxito en los asuntos y ocupaciones de la vida, y que mantenga todas las misericordias, temporales y espirituales». ¡Qué ejemplo tan maravilloso fue el que nos puso nuestro Señor!: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba» (Mr. 1:35). No ha de suponerse que este fuera un caso aislado (cf. Lc. 6:12; 21:37). ¿Hay algún cristiano próspero en la tierra que dé sus primeros pensamientos al mundo y solo los posteriores a Dios?
- La oración genuina estará atenta a las respuestas (v. 3). La presentación de la petición es importante, puesto que asegura la bendición. La oración vive en una atalaya. El oratorio debería ser un observatorio. La Biblia de Berleberg: «Se debe velar, si se desea recibir algo de Dios, y esperar con anhelo la respuesta deseada, estando también constantemente atentos a la ayuda, y pendientes de cualquier cosa que hable el Señor». Henry lo parafrasea así: «Esperaré, estaré atento a mis oraciones y “escucharé lo que hablará Jehová Dios” (Sal. 85:8), para que, si me concede lo que le pedí, le esté agradecido; si me lo niega, sea paciente; si se tarda, continúe orando y esperando, y no desmaye». Gill dice que el verbo «esperaré» «expresa esperanza, expectación, fe y confianza en que se diera una respuesta».
- Las opiniones erróneas del carácter de Dios echan a perder toda la religión (v. 4). Cuando la esperanza del hombre se construye sobre la idea de que Dios es como sus falibles criaturas –que no es santo, justo ni verdadero–, todos sus servicios solemnes son inútiles y sus expectativas, funestas. Dios es inflexiblemente justo. Si salva a un pecador que cree, lo hará condenando el pecado en la carne. La impunidad es desconocida en el gobierno de Dios.
- Puesto que Dios es santo, todos los que aman la santidad triunfarán sobre todos los que aman la maldad (v. 4). No hay vínculo de simpatía tan fuerte y duradero como el que resulta de la similitud de carácter moral. Dios no puede dejar de amar su propia imagen. No puede dejar de aborrecer la imagen del malvado. La luz y las tinieblas pueden estar tan mezcladas que produzcan penumbra, pero Dios y la maldad nunca pueden habitar juntos. Charnock: «La santidad no puede aprobar el pecado más de lo que puede cometerlo».
- Debe de haber algo inconcebiblemente monstruoso en toda impiedad o, de lo contrario, Dios no pondría en ella tan a menudo la marca de la insensatez (v. 5). Dickson: «Por muy sabios que parezcan los malvados entre los hombres, se verá que son locos e insensatos ante Dios, que vendieron el cielo por bagatelas de la tierra, que hicieron guerra al todopoderoso y corrieron hacia su propia destrucción en medio de sus sueños autocomplacientes, hacia la pérdida de su vida y hacienda, temporales y eternas». Las opiniones de Dios sobre el pecado pueden conocerse en lugares como Habacuc 1:13, Zacarías 8:17, Amós 5:21-23, Isaías 1:14 y Jeremías 44:4. Charnock: «El pecado es el único objeto principal del desagrado de Dios». No puede mostrarse que Dios no aborrezca sino el pecado.
- Los perseguidores, los herejes, los falsos maestros, los engañadores y los aborrecedores de toda bondad no son una novedad. Los hombres buenos siempre han sido aborrecidos, perseguidos y hostigados por los malhechores. Demas desamparará a la iglesia. Diótrefes formará partidos. Absalón y sus amigos se apoderarán del templo. Pero el triunfo de los malvados es breve. Si abundan los hacedores de iniquidad, ninguna cosa nueva ha sucedido (v. 5).
- Puesto que Dios es santo y el hombre pecador, la regeneración es necesaria. Dios y los pecadores que aman la iniquidad no pueden habitar juntos (vv. 4-6). Esperar la felicidad en el cielo sin una nueva naturaleza, es más necio que cualquier sueño de lunáticos. Los hombres pueden creer que el mundo es plano o redondo, que se mueve o está quieto, y aun así ser virtuosos y felices, y estar en el camino al cielo. Pero, sin un nuevo corazón, ningún hombre puede ser salvo. Con razón manifestó Cristo asombro de que Nicodemo, un maestro de Israel, que se suponía conocer las Escrituras del Antiguo Testamento, fuese ignorante de esta doctrina.
- Ha de haber una retribución futura, puesto que Dios es santo, los hombres no son tratados aquí conforme a sus caracteres, Dios ha determinado destruir a los malvados, y que la destrucción no viene en esta vida (v. 6). Esta doctrina está implícita en cientos de textos en que no se declara.
- Toda hipocresía es vana. Nada es más absurdo (v. 6). Nunca podremos abusar del todopoderoso. Morison: «Sepan todos los hacedores de engaño, todos los hipócritas impostores, ya sea en las relaciones de la vida o en la comunión de la iglesia, que son aborrecibles a los ojos divinos, que sus oraciones no serán oídas, que sus ofrendas no serán aceptas, que nada más que el arrepentimiento y profunda contrición de espíritu será asociado con la correspondiente sonrisa de la misericordia y compasión divinas. Continuando en su presente camino de engaño y falsedad, no pueden esperar encontrarse más que con la ira de un Dios enojado». No hay maldad más común en la tierra que las diversas formas de engaño.
- Dios no es el autor del pecado. Lo abomina. Nada es más repugnante a su naturaleza (vv. 4-6). Permite el pecado, pero no lo aprueba. Controla el pecado, pero lo aborrece. Puede preservar a hombres muy malvados mientras cometen pecado, pero jamás obra maldad. Acusarle de ser el autor del pecado es blasfemia.
- La honestidad es la mejor política. Habitualmente, resulta así en esta vida; invariablemente, en la próxima (v. 6). El perpetuo esfuerzo y lucha del hombre falso por recomponer las cosas y conservar las apariencias podrían advertirle de dificultades aún peores por venir. Morison: «Enseñe el espíritu de este versículo la importancia de la franqueza, la benevolencia y la sinceridad en todas las relaciones de la vida. ¡Cuántos hay que os saludarán como a amigos y os darán la diestra de buena fraternidad, mientras os apuñalan en tinieblas y susurran algo, aun al oído de vuestro íntimo amigo, para rebajaros a sus ojos! Y, sin embargo, estos viles personajes no se atreverán a manifestar otro espíritu en vuestra presencia salvo el de bondad y respeto. Recuerden tales hombres que, en las Sagradas Escrituras, la mentira y el homicidio son los invariables compañeros del engaño, la traición y la elusión». Cuando Dios abandona completamente a un hombre, pronto confunde todas las distinciones morales. Para el tal, lo negro es blanco, lo amargo es dulce y lo malo es bueno. Muchos de los vicios están relacionados. Habitan juntos.
- Ni en la realidad ni en el pensamiento de los hombres buenos, hay sucedáneo para la adoración pública de Dios (v. 7). Quítense de los piadosos de la tierra todos los recuerdos, impresiones, propósitos, alientos, ánimos, esperanzas, alegrías y otras gracias que deben su origen o su vigor a la casa de Dios, y ¡qué cambio se presenciaría! Es una gran misericordia de Dios que nos dé ordenanzas públicas. Ellas reprenden, alientan, advierten, reclaman, animan y fortalecen a todo el pueblo de Dios.
- La única esperanza de los pecadores es en la misericordia. Y no les satisfará solo un poco; necesitan una gran cantidad (v. 7). Calvino dice que este versículo nos enseña «la verdad general de que, solo a través de la bondad de Dios, tenemos acceso a Él; y que ningún hombre ora correctamente excepto aquel que, habiendo experimentado su gracia, cree y está plenamente convencido de que será misericordioso para con él. El temor de Dios se añade, al mismo tiempo, para distinguir la confianza genuina y piadosa de la vana confianza de la carne». Dios ha hecho grandes esfuerzos para que estemos seguros de su misericordia y gracia. La confianza en las mismas es de gran utilidad. Dickson: «La fe que los santos tienen en las misericordias de Dios, les alientan a seguir en su servicio y, en algunos casos, les da esperanza de ser soltados de las amarras que les impiden disfrutar de las ordenanzas públicas». Es una gran cosa poder fijar los ojos en las grandes compasiones de Dios.
- Ningún hombre bueno se ofende porque Dios haya de ser temido en gran manera (v. 7). El verdadero temor de Dios no contiene tormento. Los justos de ningún modo quieren deshacerse de sus sentimientos reverentes.
- Cuanto mayores sean nuestros peligros, más deberían abundar nuestras oraciones; cuantos más enemigos, más súplicas (v. 8). La malvada perversión de un suceso es lo que nos aparta del propiciatorio.
- Es correcto que oremos permanecer en un camino llano, y que no caigamos en tinieblas respecto a la fe o a la práctica (v. 8). Puntos de doctrina inescrutables, providencias misteriosas y cuestiones irresolubles de casuística, a menudo son ocasiones de terribles tentaciones. Pedir luz en nuestra senda es, por tanto, lo mismo que pedir que no se nos meta en tentación. A Satanás le encanta pescar en aguas turbias. La confusión mental es enemiga del firme curso de la piedad. Roguemos a Dios que enderece las cosas torcidas. Dickson: «Cuanto más conscientes son los piadosos de su ceguera, debilidad y disposición para salirse del camino derecho, tanto más invocan y dependen de la dirección de Dios».
- Las Escrituras hablan en un lenguaje uniforme e inconfundible respecto a la terrible depravación universal del hombre (v. 9). No empleó David un lenguaje más fuerte sobre este tema que el que encontramos en Génesis 6:5. Y, cuando Pablo quiere demostrar que todos los judíos y gentiles estaban perdidos, no encuentra un testimonio más apropiado que este salmo (cf. Ro. 3:13). Los cumplidos a los hombres no regenerados en cuanto a su bondad, están tan fuera de lugar como la alabanza de un cadáver por su belleza. Están todos muertos. Morison: «Ha habido una lamentable uniformidad en el carácter de los malvados en todas las épocas».
- Dickson: «Entre otros motivos para hacer que los piadosos cuiden su conducta en tiempo de prueba, este es uno: tienen que tratar con un mundo falso y hombres hipócritas que harán falsa ostentación de la que no es su intención, y que harán promesas de lo que no pretenden cumplir, y que no darán más que consejos podridos y envenenados, barnizados con falsa adulación, y todo para engañar a los piadosos y hacerlos caer en su trampa» (v. 9).
- La destrucción de los que son incorregiblemente malvados es inevitable (v. 10). Todo está en su contra. Dios –con toda su naturaleza, planes y providencia–, la inherente debilidad y miseria de su causa, la multitud de sus ofensas y el carácter atroz de su rebelión, se unen con todas las enseñanzas de la Escritura y toda la adoración del pueblo de Dios para hacer cierta, más allá de toda duda, la derrota de los impenitentes. El pueblo de Dios no puede agradecerle que no prospere ningún arma forjada contra Sión, ni orar: «Venga tu reino», ni adorar a Dios por alguno de sus atributos, ni clamar: «Dios, sé propicio a mí, pecador», ni repetir una profecía respecto al triunfo final de la verdad y la justicia, sin señalar los grandes principios, todos los cuales dicen: «Los impíos perecerán».
- Pero los justos están a salvo (v. 11). Todo lo que asegura la destrucción de los malvados, hace cierta la victoria de los justos. Dios está con ellos, los defiende y los bendice.
- Deberíamos orar por el pueblo de Dios (v. 11). Necesita nuestras oraciones. Tiene derecho a ellas por causa de la fraternidad. Henry: «Aprendamos de David a orar, no solamente por nosotros, sino también por otros: por toda la gente buena, por todos los que confían en Dios y aman su nombre, aunque no sean de nuestra misma opinión en todo o tengan intereses comunes. Participen de nuestras oraciones todos los que tienen derecho a las promesas de Dios. La gracia sea con todos los que aman al Señor Jesucristo con sinceridad. Esto es estar de acuerdo con Dios». ¡Qué modelo de ternura y fervor en la intercesión por otros tenemos en Abraham! (cf. 18:23-32). Y no puede excusarnos de orar por todos los santos de Dios ninguna circunstancia de aflicción o angustia personales, como aprendemos del ejemplo de David recogido aquí y en otros lugares.
- Quien niegue que el verdadero pueblo de Dios tiene alegrías sólidas, fuertes y duraderas, muestra que es ignorante de todo el asunto de la religión espiritual (v. 11). Los himnos más exultantes que se han cantado en esta tierra, son los cánticos del pueblo de Dios al pasar por el desierto, el fuego y las muchas aguas.
- ¡Qué consuelo son las Escrituras para todos los hijos de Dios en aflicción! ¡Cómo han leído, llorado y se han regocijado en todo este salmo los santos durante casi tres mil años, y lo seguirán haciendo hasta que el tiempo no sea más! El consuelo de las Escrituras da esperanza (cf. Ro. 15:4). En la medida en que el hombre es enseñado y santificado por el Espíritu, estas porciones de la verdad alegrarán su corazón y le regocijarán.
- Todo el salmo muestra que, en esta vida, jamás pasaremos sin los medios de gracia. Y es mejor que sea así. Basta que transitemos el camino regado con las lágrimas del dulce cantor de Israel, y que empleemos los medios que él empleó. Más aún, el Señor de David, en los días de su carne, derramó fuertes clamores y lágrimas a Dios. Sigamos a Cristo y conozcamos la comunión de sus sufrimientos.
- Si nuestra causa es buena, no estemos intranquilos por el resultado. En los tribunales de justicia humanos, podemos tener una buena causa, un buen juez, un buen jurado, buen consejo y buenos testigos y, aun así, a menudo podemos fracasar. Pero el que tiene una buena causa en el tribunal celestial no será defraudado. Esto enseña todo el salmo.
- Este salmo muestra que, en esencia, la verdadera religión es la misma en todas las épocas. Tiene aflicción, pero también tiene alegría; tiene conflictos, pero también tiene victorias; tiene tinieblas, pero también tiene confianza; tiene enemigos, pero también tiene un guía infalible; tiene peligros, pero está rodeada del favor de Dios como con un escudo.
- Todo el salmo muestra que la salvación es de Dios. Los justos pronto caerían por la malicia y maquinaciones de sus enemigos, si tuviesen que tratar su propia causa. Pero Dios los sostiene de manera que no caigan, los cubre de manera que el enemigo no pueda llegar a ellos, y los guía de manera que no pierdan su camino.
- Si este salmo se refiere a Cristo, de quien David era un tipo, entonces sus victorias no son menos fuente de alegría para su pueblo que las de su siervo David; antes bien, lo son más.
W. S. Plumer
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