Observaciones doctrinales y prácticas
- No es posible apreciar demasiado la verdad, la franqueza y la sinceridad. Son esenciales en un carácter gracioso. Henry: «No podemos justificar a David en su impostura. No es propio de un hombre sincero fingir lo que no es, ni de un hombre de honor fingirse necio o loco. Si, para divertirnos, imitamos a quienes no tienen tan buen entendimiento como creemos tener nosotros, olvidamos que Dios podría habernos puesto en su lugar».
- No hay en la tierra ni en el cielo tarea más noble que la alabanza. Es angelical. Deberíamos ocuparnos de ella «en todo tiempo» (v. 1); «en el dolor, la enfermedad, la pobreza, la persecución y aun en las agonías de la muerte». Deberíamos alabarle «de continuo», puesto que continuas bendiciones descienden sobre nosotros, ninguna de las cuales merecemos, y puesto que algunas de las misericordias que se nos otorgan son tan grandes que deberíamos hacer mención de ellas a menudo. Misericordias especiales requieren alabanzas especiales. Tholuck: «Todos los días de la vida del hombre piadoso están provistos de monumentos y señales de la misericordia de Dios, de manera que todos los días tiene que cantar un nuevo cántico». Calvino: «Si, por un solo beneficio, Dios nos pone en deuda consigo toda nuestra vida, de manera que nunca podemos, legítimamente, dejar de expresar sus alabanzas, ¡cuánto más cuando amontona sobre nosotros innumerables beneficios!».
- Es legítimo y conforme al ejemplo que deben dar los hombres sabios, tener buenos propósitos (v. 1).
- Es muy apropiado hacer memoria de las misericordias pasadas cuando las pruebas presentes nos oprimen, y cantar en los días de tinieblas (v. 1). Es un triste error depender de las misericordias pasadas de modo que no se busquen otras nuevas. Pero no es menos pecado ansiar tanto nuevas misericordias que se menosprecien u olviden las viejas.
- El gozo religioso no puede ser demasiado elevado. Podemos regocijarnos y gloriarnos en Dios (v. 2). «El que se gloría, gloríese en el Señor» (2 Co. 10:17), y gloríese en el Señor tanto como le plazca.
- Aprovecha a nuestros hermanos y honra a Dios que, verazmente, narremos su graciosa forma de conducirse para con su pueblo. Por tanto, deberíamos mencionar la bondad del Señor para que otros lo oigan y se alegren (v. 2). Pero no deberíamos echar perlas a los cerdos. «Solamente las almas humildes, conscientes de su propia debilidad, son la gente que cosecha beneficio de las misericordias de Dios derramadas sobre otros».
- La unidad de la adoración divina, que está basada en la unidad de la naturaleza divina, se mantiene mejor cuando, con nuestras almas y todo nuestro corazón, sinceramente invitamos a todos los siervos de Dios a unirse a nosotros en nuestros actos de devoción más elevados (vv. 2-3). El que nos ha animado a nosotros, puede animar a otros; y el que nos ha salvado a nosotros, puede salvar a cualquiera, por muy grandes que sean sus pecados o aflicciones.
- Dickson: «El temor de lo que podría suceder no debería impedir la oración, porque los temores de los justos no son profecías ciertas, pues Dios puede librarles de todas ellas» (v. 4).
- El viejo y probado método de obtener liberación de nuestros temores buscando al Señor en el camino de la oración y una buena conciencia es mucho más seguro y exitoso que el que el ingenio humano pueda elaborar. David no dice nada a favor de este, pero a menudo recomienda aquel (v. 4).
- La gracia y bondad de Dios para con uno solo de sus siervos tiene un poderoso efecto sobre los demás, de manera que miran y son alumbrados, y sus rostros no son avergonzados (v. 5). Ni un solo ejemplo de misericordia para con un santo ha sido en vano para quienes, temerosos de Dios, supieron de la liberación concedida a su hermano.
- En lo sustancial, la experiencia de un buen hombre en la gracia y en la providencia se asemeja tanto a la de todos los santos, que es de fácil aplicación y excelente utilidad para ellos.
- La mejor manera de beneficiarse de las maravillas de Dios mostradas a cualquiera de los grandes personajes de antaño no es magnificar, indebidamente, sus dones y excelencias, de modo que los alejemos de nosotros, considerándonos pobres criaturas; sino admitir, como ellos mismos hicieron, que eran pobres (v. 6). Ciertamente, los mejores de ellos decían que eran pobres, miserables, ciegos y desnudos.
- Una religión que excluyera la oración no solo sería contraria a la naturaleza, sino a los frecuentemente repetidos preceptos y ejemplos de la Escritura (vv. 4-6, 17). Dickson: «El Señor pone a los justos en apuros y, mediante los apuros, los lleva a la oración, y demora la respuesta hasta que la necesidad se hace grande, y entonces claman al Señor, y Él da muestras de haber oído, y envía liberación».
- Todos los ejemplos de un creyente en apuros rescatado de la adversidad, es un mandato a todas las almas que están abatidas y desalentadas, a agarrarse fuertemente al pacto. Aunque el versículo 6 no decida, positivamente, quién fuese este pobre, cualquier alma humilde puede colocar, en el espacio en blanco, su propio nombre. «Al que cree todo le es posible» (Mr. 9:23). Morison: «¡Oh, cuán radiantes de misericordia estarán los registros de aquel mundo en que se verá inscrita, en el libro de la providencia, toda la salvación que Dios ha obrado para su Iglesia rescatada».
- Es muy importante albergar ideas correctas y vívidas respecto al ministerio de los ángeles (v. 7). Mucho se dice sobre este tema en la palabra de Dios (cf. 2 R. 6:15-17; Sal. 91:11; Lc. 16:22). Por muy grande que sea el número y poder de nuestros enemigos, estos mensajeros celestiales son más numerosos y más potentes. Hay una innumerable compañía de ellos, y destacan en fuerza.
«Millones de criaturas espirituales recorren la tierra,
Aun cuando, al dormir o al despertar, jamás podamos verlas».
- ¿Cómo se atreven algunos a enseñar que el temor de Dios no es una parte esencial de la verdadera piedad, cuando tan frecuentemente se habla de él como si fuese el todo de la santidad? (vv. 7, 9, 11).
- Nada nos prepara mejor para invitar a otros a servir a Dios en todos sus caminos, que una bendita experiencia de su gracia y misericordia en nuestras propias almas y vidas (v. 8). El que ha gustado y visto es el más indicado para invitar a otros a gustar y ver. Los ciegos nunca invitan a sus semejantes a admirar el arcoíris. Los sordos nunca animan a otros a escuchar música. Tholuck: «El cielo y la tierra están repletos de la bondad de Dios. Nos negamos a abrir nuestras bocas y ojos, motivo por el cual el salmista desea que gustemos y veamos».
- Dickson: «Todo lo que el creyente puede alcanzar en esta vida de consolación espiritual, ya sea por fe o por experiencia, dulcificado con el cálido consuelo del Espíritu Santo, no es sino una degustación en comparación con lo que ha de tenerse en el más allá y, sin embargo, esta degustación, ¡oh cuán dulce, indeciblemente gozosa y llena de gloria es!» (v. 8).
- El deber de todos los que han hallado misericordia es invitar a otros a buscar al Señor, abrazar al Redentor y sellar el pacto (v. 8; cf. Jn. 1:42, 45; Ap. 22:17).
- La confianza es un ingrediente esencial en la fe (v. 8). Sin esta, la fe es como una fábula. No puede ofrecerse oración más oportuna en la aflicción que esta: «Señor, aumenta nuestra fe». Calvino: «Nuestra propia incredulidad es el único obstáculo que impide que Dios nos satisfaga grande y espléndidamente con abundancia de todas las cosas buenas».
- Toda la Escritura deja clara la necesidad de pureza interior y santidad personal en todos los siervos de Dios. En otros lugares, se les llama por muchos nombres de cariño y ternura, pero a menudo, como aquí, se les llama «santos» (v. 9). La Iglesia de Roma inscribe en el calendario los nombres de hombres y mujeres muertos, en diferentes días del año, y los llama días de santos. Pero Moisés, David, Salomón, Daniel y Pablo hablan de todos los hijos de Dios como sus santos. Así sea. Son llamados a ser santos.
- La provisión para todos los que temen a Dios es muy rica. Nada les falta, es decir, ninguna cosa buena les falta. Esto siempre es verdad en ellos (vv. 9-10). Calvino: «Es más fácil que los leones perezcan de hambre y escasez, que Dios prive del alimento necesario a los justos y sinceros, quienes, contentos con su bendición, procuran su alimento solamente de su mano». Tholuck: «No sentiremos carencia alguna aunque la tengamos». El pacto extiende la ayuda prometida de Dios mucho más allá de las carencias corporales y temporales, abarcando toda la lista de beneficios (cf. 1 Co. 3:21-22; Ro. 8:32; Mt. 5:3-12).
- El que confía en su poder y vigor innatos, sus talentos o su influencia política, y especialmente si la falta de virtud se une a la tentación para llevarle a la voracidad e injusticia, antes o después llegará, como los leoncillos, a carece de algún bien necesario (v. 10).
- Los profesores deberían ser amables y dirigirse a sus alumnos como si fuesen sus niños o hijos (v. 11). ¡Oh, si todos los profesores supiesen el significado de esto: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11:29). El tono severo y el lenguaje duro no convienen a los instructores.
- Deberíamos ser condescendientes con los hombres de baja condición, con los jóvenes y los niños, y con personas de endeble entendimiento (v. 11). Los viejos rara vez recuerdan lo que se les ha enseñado. Los de mediana edad a menudo están demasiado ocupados para escuchar a sus profesores. Pero los jóvenes, aun los muy jóvenes, pueden oír, aprender, recordar y vivir. Henry: «Aunque era hombre de guerra y había sido ungido por rey, David no consideró impropio de él enseñar a los niños. Aunque ahora tenía la cabeza llena de inquietudes y las manos de ocupaciones, disponía de ganas y tiempo para dar buenos consejos a la gente joven».
- Los jóvenes están especialmente obligados a procurar aprender, particularmente cuando personas mayores que ellos se proponen darles las lecciones de la experiencia y sabiduría sobre los asuntos más importantes (v. 11). «David era un músico famoso, un hombre de estado y un soldado; pero no dice a los niños: “Os enseñaré a tocar el arpa, o a manejar la espada o la lanza, o a lanzar con el arco, o: Os enseñaré las máximas de la política de estado”; sino que «el temor de Jehová os enseñaré», lo cual es mejor que todas las artes y ciencias, mejor que todos los holocaustos y sacrificios». Si los profesores desean hacer mucho bien, seleccionen temas importantes, empleen palabras claras y hablen de manera amable.
- A los jóvenes, no menos que a los demás, se les debería enseñar que no es oro todo lo que reluce, que no es piedad todo lo que lleva el nombre. La naturaleza y evidencias de la verdadera piedad debería manifestarse claramente a todos, y más que a nadie a los principiantes (vv. 12-15).
- No es extraño que los justos nunca lamenten la elección que han hecho, ni abandonen del todo el camino de Dios, pues toda su experiencia se encuentra del lado de Dios, de la verdad y de la justicia (v. 12). La vida piadosa de los justos aquí será sucedida por otra infinitamente gloriosa en el más allá.
- ¿No puede hacerse algo en el gobierno familiar, en las regulaciones sociales y eclesiásticas, y en la enseñanza privada y pública, para detener los grandes males que proceden de los abusos malvados del poder de la palabra? (v. 13). ¡Padres, considerad! ¡Prójimos, considerad! ¡Pastores, considerad! ¡Sabios, considerad! La tierra es, a veces, tan similar al infierno que le hace a uno dudar si, en su conjunto, la existencia aquí es deseable.
- Un carácter virtuoso y piadoso tiene rasgos negativos y positivos. Se aparta del mal y hace el bien (v. 14).
- Ningún filósofo, moralista o profeta ha dado jamás demasiado valor a la inestimable bendición de que a uno se le permita y capacite a llevar una vida tranquila y apacible en toda piedad y honestidad (v. 14). ¡Oh, si todos los hombres amasen la paz y aborrecieran la contienda (cf. 1 Co. 13:4-7; 2 Co. 13:11). Si somos cristianos, servimos al Dios de paz. Pero hay algo en la tierra peor que una vida de disensión: una vida de maldad. Sin embargo, si nos vemos forzados a contender, Dios no nos condenará, sino que nos sostendrá. Calvino: «David quiere decir que, en nuestros asuntos personales, deberíamos ser mansos y condescendientes, y procurar, en lo que dependa de nosotros, mantener la paz, aunque esto sea para nosotros causa de muchas dificultades y molestias».
- La providencia de Dios, que deberíamos estudiar con devoción, tiene dos aspectos: uno favorable para los justos; el otro desfavorable para los malvados (vv. 15-16; cf. Ex. 14:19-20).
- Tenemos autoridad bíblica para estimar más un buen nombre que las riquezas, pero ¡qué engañados están los malvados cuando persiguen la fama como un gran bien! La memoria de los malvados se pudrirá. Dios cortará su recuerdo de la tierra (v. 16). Un joven que pasaba por un banco de arena, con su cayado escribió la palabra «fama». Al regresar de la escuela el mismo día por la tarde, vio que ya los vientos habían removido las arenas y habían cubierto la palabra. En días posteriores, refirió que esto le había enseñado una buena lección, y le llevó a desear sobre todas las cosas tener su nombre escrito en el libro de la vida.
- El apóstol Pedro da un uso práctico a los versículos 12-16, lo cual aún no se ha indicado formalmente. Dice que las verdades aquí enseñadas deberían moderar nuestro dolor y calmar nuestras mentes, haciéndonos compasivos, misericordiosos, corteses, devolviendo bendición por maldición, etc. (cf. 1 P. 3:8-12). Realmente nos enseñan muchísimo, y algunas de ellas apuntan a las más altas sanciones.
- Desde que el hombre se convirtió en pecador, la verdadera religión ha tenido el elemento de penitencia (v. 18; cf. Sal. 51:17; Is. 57:15). Examinemos a menudo si tenemos esta penitencia. Es muy diferente del remordimiento. Es un gran error de algunos que cultiven tan poco un estado de ánimo penitente.
- La religión cristiana es la única forma de doctrina sobre la tierra que, francamente, admite todo el alcance de la calamidad humana; y, al mismo tiempo, provee adecuadamente para el sustento del sufridor piadoso, y para su liberación plena y final de todo lo que pueda hostigar a la mente (v. 19). «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hch. 14:22). Tholuck: «Si los hombres piadosos fuesen librados de toda dificultad y aflicción, los motivos para la piedad se harían impuros, la fe se debilitaría, la oración cesaría y la seguridad carnal abundaría». Las aflicciones son pruebas de amor. «Los azotes son las marcas del hijo». Todas nuestras tribulaciones no son nada comparadas con lo que merecemos, con lo que los justos de otros días han sufrido, con lo que nuestro Salvador sufrió, con la gracia otorgada para sostenernos, o con la dicha eterna que nos espera. Así pensaba Pablo (cf. 2 Co. 4:17). Lutero: «Aunque los huesos y miembros de los santos son, más que todos los demás, cruelmente esparcidos y quebrados, quemados en el fuego, y dejados en los sepulcros hasta pudrirse; aun cuando sean puestos, de este modo, en ignominia, serán levantados en gloria; serán reavivados con todos sus miembros y cuerpos, y todos sus huesos serán restaurados, y los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre».
- Aun en esta vida, las liberaciones del pueblo de Dios a menudo son asombrosas (v. 19). Considera la del profeta en 2 Reyes 6:18-23. Mira las misericordias mostradas a Pedro en prisión, cuando estaba a punto de ser decapitado (cf. Hch. 12:3-11). «Está registrado de aquel santo varón, Bernard Gilpin, llamado «el apóstol del norte», que, en tiempos de las persecuciones marianas, fue prendido por los mensajeros de Bonner y llevado a Londres (a la hoguera). “Pero ¡observa –dice su biógrafo–, observa la providencia de Dios!”. De camino a Londres, se rompió la pierna, lo cual detuvo por un tiempo su viaje. Las personas bajo cuya custodia estaba, aprovecharon la ocasión de replicarle con un comentario que, frecuentemente, él mismo había hecho: “que nada nos ocurre que no se encamine a nuestro bien”. Y le preguntaron si pensaba que la rotura de su pierna se encaminaba a su bien, a lo que, con mansedumbre, respondió que no tenía ninguna duda de que así era. Y esto fue demostrado en el más estricto sentido, pues antes de que pudiera viajar, la reina María murió y él fue puesto en libertad».
- Aunque no podemos considerar todo este salmo mesiánico, complace ver cuán agradable es, a todos los profetas, el tema del Salvador prometido, y cómo, sin el menor aviso formal, lo introducen en sus composiciones sagradas, como aquí (v. 20).
- No hay forma de decir qué mal pondrá miserable fin a la carrera del pecador. Puede ser la espada del enemigo o de sí mismo, el aguijón de la conciencia o de una abeja, un mal natural o un mal moral (v. 21). El pecado es siempre la causa responsable de la muerte; y es a veces el propio medio de terminar con una vida malvada.
- Si el único pecado imputado a los malvados en una tierra provista del evangelio fuese su enemistad con los hombres buenos, su destrucción sería muy justa y terrible (v. 21).
- Es siempre una regla segura para determinar el destino final del pecador que será, en todos los aspectos, el opuesto a aquel del santo. Uno será desolado; el otro no será desolado (vv. 21-22). Uno será condenado; el otro no vendrá a condenación. Uno será declarado culpable; el otro será declarado justo. Dios está contra uno; Dios está con el otro.
- La redención del pueblo de Dios al final será completa. Dios ha emprendido la obra (v. 22). Él jamás pone su mano en el arado y mira atrás. El Señor tiene un único propósito, y nadie puede hacerle cambiar.
- La terrible desolación está basada en la culpa (vv. 21-22). El pecado es condenatorio más que ninguna otra cosa. No somos heridos hasta que son heridas nuestras almas. Henry: «Ningún hombre se encuentra desolado excepto aquel a quien Dios ha desamparado, ni ningún hombre arruinado hasta que se halla en el infierno».
W. S. Plumer
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