Salmo 34

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Observaciones doctrinales y prácticas

  1. No es posible apreciar demasiado la verdad, la franqueza y la sinceridad. Son esenciales en un carácter gracioso. Henry: «No podemos justificar a David en su impostura. No es propio de un hombre sincero fingir lo que no es, ni de un hombre de honor fingirse necio o loco. Si, para divertirnos, imitamos a quienes no tienen tan buen entendimiento como creemos tener nosotros, olvidamos que Dios podría habernos puesto en su lugar».
  2. No hay en la tierra ni en el cielo tarea más noble que la alabanza. Es angelical. Deberíamos ocuparnos de ella «en todo tiempo» (v. 1); «en el dolor, la enfermedad, la pobreza, la persecución y aun en las agonías de la muerte». Deberíamos alabarle «de continuo», puesto que continuas bendiciones descienden sobre nosotros, ninguna de las cuales merecemos, y puesto que algunas de las misericordias que se nos otorgan son tan grandes que deberíamos hacer mención de ellas a menudo. Misericordias especiales requieren alabanzas especiales. Tholuck: «Todos los días de la vida del hombre piadoso están provistos de monumentos y señales de la misericordia de Dios, de manera que todos los días tiene que cantar un nuevo cántico». Calvino: «Si, por un solo beneficio, Dios nos pone en deuda consigo toda nuestra vida, de manera que nunca podemos, legítimamente, dejar de expresar sus alabanzas, ¡cuánto más cuando amontona sobre nosotros innumerables beneficios!».
  3. Es legítimo y conforme al ejemplo que deben dar los hombres sabios, tener buenos propósitos (v. 1).
  4. Es muy apropiado hacer memoria de las misericordias pasadas cuando las pruebas presentes nos oprimen, y cantar en los días de tinieblas (v. 1). Es un triste error depender de las misericordias pasadas de modo que no se busquen otras nuevas. Pero no es menos pecado ansiar tanto nuevas misericordias que se menosprecien u olviden las viejas.
  5. El gozo religioso no puede ser demasiado elevado. Podemos regocijarnos y gloriarnos en Dios (v. 2). «El que se gloría, gloríese en el Señor» (2 Co. 10:17), y gloríese en el Señor tanto como le plazca.
  6. Aprovecha a nuestros hermanos y honra a Dios que, verazmente, narremos su graciosa forma de conducirse para con su pueblo. Por tanto, deberíamos mencionar la bondad del Señor para que otros lo oigan y se alegren (v. 2). Pero no deberíamos echar perlas a los cerdos. «Solamente las almas humildes, conscientes de su propia debilidad, son la gente que cosecha beneficio de las misericordias de Dios derramadas sobre otros».
  7. La unidad de la adoración divina, que está basada en la unidad de la naturaleza divina, se mantiene mejor cuando, con nuestras almas y todo nuestro corazón, sinceramente invitamos a todos los siervos de Dios a unirse a nosotros en nuestros actos de devoción más elevados (vv. 2-3). El que nos ha animado a nosotros, puede animar a otros; y el que nos ha salvado a nosotros, puede salvar a cualquiera, por muy grandes que sean sus pecados o aflicciones.
  8. Dickson: «El temor de lo que podría suceder no debería impedir la oración, porque los temores de los justos no son profecías ciertas, pues Dios puede librarles de todas ellas» (v. 4).
  9. El viejo y probado método de obtener liberación de nuestros temores buscando al Señor en el camino de la oración y una buena conciencia es mucho más seguro y exitoso que el que el ingenio humano pueda elaborar. David no dice nada a favor de este, pero a menudo recomienda aquel (v. 4).
  10. La gracia y bondad de Dios para con uno solo de sus siervos tiene un poderoso efecto sobre los demás, de manera que miran y son alumbrados, y sus rostros no son avergonzados (v. 5). Ni un solo ejemplo de misericordia para con un santo ha sido en vano para quienes, temerosos de Dios, supieron de la liberación concedida a su hermano.
  11. En lo sustancial, la experiencia de un buen hombre en la gracia y en la providencia se asemeja tanto a la de todos los santos, que es de fácil aplicación y excelente utilidad para ellos.
  12. La mejor manera de beneficiarse de las maravillas de Dios mostradas a cualquiera de los grandes personajes de antaño no es magnificar, indebidamente, sus dones y excelencias, de modo que los alejemos de nosotros, considerándonos pobres criaturas; sino admitir, como ellos mismos hicieron, que eran pobres (v. 6). Ciertamente, los mejores de ellos decían que eran pobres, miserables, ciegos y desnudos.
  13. Una religión que excluyera la oración no solo sería contraria a la naturaleza, sino a los frecuentemente repetidos preceptos y ejemplos de la Escritura (vv. 4-6, 17). Dickson: «El Señor pone a los justos en apuros y, mediante los apuros, los lleva a la oración, y demora la respuesta hasta que la necesidad se hace grande, y entonces claman al Señor, y Él da muestras de haber oído, y envía liberación».
  14. Todos los ejemplos de un creyente en apuros rescatado de la adversidad, es un mandato a todas las almas que están abatidas y desalentadas, a agarrarse fuertemente al pacto. Aunque el versículo 6 no decida, positivamente, quién fuese este pobre, cualquier alma humilde puede colocar, en el espacio en blanco, su propio nombre. «Al que cree todo le es posible» (Mr. 9:23). Morison: «¡Oh, cuán radiantes de misericordia estarán los registros de aquel mundo en que se verá inscrita, en el libro de la providencia, toda la salvación que Dios ha obrado para su Iglesia rescatada».
  15. Es muy importante albergar ideas correctas y vívidas respecto al ministerio de los ángeles (v. 7). Mucho se dice sobre este tema en la palabra de Dios (cf. 2 R. 6:15-17; Sal. 91:11; Lc. 16:22). Por muy grande que sea el número y poder de nuestros enemigos, estos mensajeros celestiales son más numerosos y más potentes. Hay una innumerable compañía de ellos, y destacan en fuerza.

«Millones de criaturas espirituales recorren la tierra,

Aun cuando, al dormir o al despertar, jamás podamos verlas».

  1. ¿Cómo se atreven algunos a enseñar que el temor de Dios no es una parte esencial de la verdadera piedad, cuando tan frecuentemente se habla de él como si fuese el todo de la santidad? (vv. 7, 9, 11).
  2. Nada nos prepara mejor para invitar a otros a servir a Dios en todos sus caminos, que una bendita experiencia de su gracia y misericordia en nuestras propias almas y vidas (v. 8). El que ha gustado y visto es el más indicado para invitar a otros a gustar y ver. Los ciegos nunca invitan a sus semejantes a admirar el arcoíris. Los sordos nunca animan a otros a escuchar música. Tholuck: «El cielo y la tierra están repletos de la bondad de Dios. Nos negamos a abrir nuestras bocas y ojos, motivo por el cual el salmista desea que gustemos y veamos».
  3. Dickson: «Todo lo que el creyente puede alcanzar en esta vida de consolación espiritual, ya sea por fe o por experiencia, dulcificado con el cálido consuelo del Espíritu Santo, no es sino una degustación en comparación con lo que ha de tenerse en el más allá y, sin embargo, esta degustación, ¡oh cuán dulce, indeciblemente gozosa y llena de gloria es!» (v. 8).
  4. El deber de todos los que han hallado misericordia es invitar a otros a buscar al Señor, abrazar al Redentor y sellar el pacto (v. 8; cf. Jn. 1:42, 45; Ap. 22:17).
  5. La confianza es un ingrediente esencial en la fe (v. 8). Sin esta, la fe es como una fábula. No puede ofrecerse oración más oportuna en la aflicción que esta: «Señor, aumenta nuestra fe». Calvino: «Nuestra propia incredulidad es el único obstáculo que impide que Dios nos satisfaga grande y espléndidamente con abundancia de todas las cosas buenas».
  6. Toda la Escritura deja clara la necesidad de pureza interior y santidad personal en todos los siervos de Dios. En otros lugares, se les llama por muchos nombres de cariño y ternura, pero a menudo, como aquí, se les llama «santos» (v. 9). La Iglesia de Roma inscribe en el calendario los nombres de hombres y mujeres muertos, en diferentes días del año, y los llama días de santos. Pero Moisés, David, Salomón, Daniel y Pablo hablan de todos los hijos de Dios como sus santos. Así sea. Son llamados a ser santos.
  7. La provisión para todos los que temen a Dios es muy rica. Nada les falta, es decir, ninguna cosa buena les falta. Esto siempre es verdad en ellos (vv. 9-10). Calvino: «Es más fácil que los leones perezcan de hambre y escasez, que Dios prive del alimento necesario a los justos y sinceros, quienes, contentos con su bendición, procuran su alimento solamente de su mano». Tholuck: «No sentiremos carencia alguna aunque la tengamos». El pacto extiende la ayuda prometida de Dios mucho más allá de las carencias corporales y temporales, abarcando toda la lista de beneficios (cf. 1 Co. 3:21-22; Ro. 8:32; Mt. 5:3-12).
  8. El que confía en su poder y vigor innatos, sus talentos o su influencia política, y especialmente si la falta de virtud se une a la tentación para llevarle a la voracidad e injusticia, antes o después llegará, como los leoncillos, a carece de algún bien necesario (v. 10).
  9. Los profesores deberían ser amables y dirigirse a sus alumnos como si fuesen sus niños o hijos (v. 11). ¡Oh, si todos los profesores supiesen el significado de esto: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11:29). El tono severo y el lenguaje duro no convienen a los instructores.
  10. Deberíamos ser condescendientes con los hombres de baja condición, con los jóvenes y los niños, y con personas de endeble entendimiento (v. 11). Los viejos rara vez recuerdan lo que se les ha enseñado. Los de mediana edad a menudo están demasiado ocupados para escuchar a sus profesores. Pero los jóvenes, aun los muy jóvenes, pueden oír, aprender, recordar y vivir. Henry: «Aunque era hombre de guerra y había sido ungido por rey, David no consideró impropio de él enseñar a los niños. Aunque ahora tenía la cabeza llena de inquietudes y las manos de ocupaciones, disponía de ganas y tiempo para dar buenos consejos a la gente joven».
  11. Los jóvenes están especialmente obligados a procurar aprender, particularmente cuando personas mayores que ellos se proponen darles las lecciones de la experiencia y sabiduría sobre los asuntos más importantes (v. 11). «David era un músico famoso, un hombre de estado y un soldado; pero no dice a los niños: “Os enseñaré a tocar el arpa, o a manejar la espada o la lanza, o a lanzar con el arco, o: Os enseñaré las máximas de la política de estado”; sino que «el temor de Jehová os enseñaré», lo cual es mejor que todas las artes y ciencias, mejor que todos los holocaustos y sacrificios». Si los profesores desean hacer mucho bien, seleccionen temas importantes, empleen palabras claras y hablen de manera amable.
  12. A los jóvenes, no menos que a los demás, se les debería enseñar que no es oro todo lo que reluce, que no es piedad todo lo que lleva el nombre. La naturaleza y evidencias de la verdadera piedad debería manifestarse claramente a todos, y más que a nadie a los principiantes (vv. 12-15).
  13. No es extraño que los justos nunca lamenten la elección que han hecho, ni abandonen del todo el camino de Dios, pues toda su experiencia se encuentra del lado de Dios, de la verdad y de la justicia (v. 12). La vida piadosa de los justos aquí será sucedida por otra infinitamente gloriosa en el más allá.
  14. ¿No puede hacerse algo en el gobierno familiar, en las regulaciones sociales y eclesiásticas, y en la enseñanza privada y pública, para detener los grandes males que proceden de los abusos malvados del poder de la palabra? (v. 13). ¡Padres, considerad! ¡Prójimos, considerad! ¡Pastores, considerad! ¡Sabios, considerad! La tierra es, a veces, tan similar al infierno que le hace a uno dudar si, en su conjunto, la existencia aquí es deseable.
  15. Un carácter virtuoso y piadoso tiene rasgos negativos y positivos. Se aparta del mal y hace el bien (v. 14).
  16. Ningún filósofo, moralista o profeta ha dado jamás demasiado valor a la inestimable bendición de que a uno se le permita y capacite a llevar una vida tranquila y apacible en toda piedad y honestidad (v. 14). ¡Oh, si todos los hombres amasen la paz y aborrecieran la contienda (cf. 1 Co. 13:4-7; 2 Co. 13:11). Si somos cristianos, servimos al Dios de paz. Pero hay algo en la tierra peor que una vida de disensión: una vida de maldad. Sin embargo, si nos vemos forzados a contender, Dios no nos condenará, sino que nos sostendrá. Calvino: «David quiere decir que, en nuestros asuntos personales, deberíamos ser mansos y condescendientes, y procurar, en lo que dependa de nosotros, mantener la paz, aunque esto sea para nosotros causa de muchas dificultades y molestias».
  17. La providencia de Dios, que deberíamos estudiar con devoción, tiene dos aspectos: uno favorable para los justos; el otro desfavorable para los malvados (vv. 15-16; cf. Ex. 14:19-20).
  18. Tenemos autoridad bíblica para estimar más un buen nombre que las riquezas, pero ¡qué engañados están los malvados cuando persiguen la fama como un gran bien! La memoria de los malvados se pudrirá. Dios cortará su recuerdo de la tierra (v. 16). Un joven que pasaba por un banco de arena, con su cayado escribió la palabra «fama». Al regresar de la escuela el mismo día por la tarde, vio que ya los vientos habían removido las arenas y habían cubierto la palabra. En días posteriores, refirió que esto le había enseñado una buena lección, y le llevó a desear sobre todas las cosas tener su nombre escrito en el libro de la vida.
  19. El apóstol Pedro da un uso práctico a los versículos 12-16, lo cual aún no se ha indicado formalmente. Dice que las verdades aquí enseñadas deberían moderar nuestro dolor y calmar nuestras mentes, haciéndonos compasivos, misericordiosos, corteses, devolviendo bendición por maldición, etc. (cf. 1 P. 3:8-12). Realmente nos enseñan muchísimo, y algunas de ellas apuntan a las más altas sanciones.
  20. Desde que el hombre se convirtió en pecador, la verdadera religión ha tenido el elemento de penitencia (v. 18; cf. Sal. 51:17; Is. 57:15). Examinemos a menudo si tenemos esta penitencia. Es muy diferente del remordimiento. Es un gran error de algunos que cultiven tan poco un estado de ánimo penitente.
  21. La religión cristiana es la única forma de doctrina sobre la tierra que, francamente, admite todo el alcance de la calamidad humana; y, al mismo tiempo, provee adecuadamente para el sustento del sufridor piadoso, y para su liberación plena y final de todo lo que pueda hostigar a la mente (v. 19). «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hch. 14:22). Tholuck: «Si los hombres piadosos fuesen librados de toda dificultad y aflicción, los motivos para la piedad se harían impuros, la fe se debilitaría, la oración cesaría y la seguridad carnal abundaría». Las aflicciones son pruebas de amor. «Los azotes son las marcas del hijo». Todas nuestras tribulaciones no son nada comparadas con lo que merecemos, con lo que los justos de otros días han sufrido, con lo que nuestro Salvador sufrió, con la gracia otorgada para sostenernos, o con la dicha eterna que nos espera. Así pensaba Pablo (cf. 2 Co. 4:17). Lutero: «Aunque los huesos y miembros de los santos son, más que todos los demás, cruelmente esparcidos y quebrados, quemados en el fuego, y dejados en los sepulcros hasta pudrirse; aun cuando sean puestos, de este modo, en ignominia, serán levantados en gloria; serán reavivados con todos sus miembros y cuerpos, y todos sus huesos serán restaurados, y los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre».
  22. Aun en esta vida, las liberaciones del pueblo de Dios a menudo son asombrosas (v. 19). Considera la del profeta en 2 Reyes 6:18-23. Mira las misericordias mostradas a Pedro en prisión, cuando estaba a punto de ser decapitado (cf. Hch. 12:3-11). «Está registrado de aquel santo varón, Bernard Gilpin, llamado «el apóstol del norte», que, en tiempos de las persecuciones marianas, fue prendido por los mensajeros de Bonner y llevado a Londres (a la hoguera). “Pero ¡observa –dice su biógrafo–, observa la providencia de Dios!”. De camino a Londres, se rompió la pierna, lo cual detuvo por un tiempo su viaje. Las personas bajo cuya custodia estaba, aprovecharon la ocasión de replicarle con un comentario que, frecuentemente, él mismo había hecho: “que nada nos ocurre que no se encamine a nuestro bien”. Y le preguntaron si pensaba que la rotura de su pierna se encaminaba a su bien, a lo que, con mansedumbre, respondió que no tenía ninguna duda de que así era. Y esto fue demostrado en el más estricto sentido, pues antes de que pudiera viajar, la reina María murió y él fue puesto en libertad».
  23. Aunque no podemos considerar todo este salmo mesiánico, complace ver cuán agradable es, a todos los profetas, el tema del Salvador prometido, y cómo, sin el menor aviso formal, lo introducen en sus composiciones sagradas, como aquí (v. 20).
  24. No hay forma de decir qué mal pondrá miserable fin a la carrera del pecador. Puede ser la espada del enemigo o de sí mismo, el aguijón de la conciencia o de una abeja, un mal natural o un mal moral (v. 21). El pecado es siempre la causa responsable de la muerte; y es a veces el propio medio de terminar con una vida malvada.
  25. Si el único pecado imputado a los malvados en una tierra provista del evangelio fuese su enemistad con los hombres buenos, su destrucción sería muy justa y terrible (v. 21).
  26. Es siempre una regla segura para determinar el destino final del pecador que será, en todos los aspectos, el opuesto a aquel del santo. Uno será desolado; el otro no será desolado (vv. 21-22). Uno será condenado; el otro no vendrá a condenación. Uno será declarado culpable; el otro será declarado justo. Dios está contra uno; Dios está con el otro.
  27. La redención del pueblo de Dios al final será completa. Dios ha emprendido la obra (v. 22). Él jamás pone su mano en el arado y mira atrás. El Señor tiene un único propósito, y nadie puede hacerle cambiar.
  28. La terrible desolación está basada en la culpa (vv. 21-22). El pecado es condenatorio más que ninguna otra cosa. No somos heridos hasta que son heridas nuestras almas. Henry: «Ningún hombre se encuentra desolado excepto aquel a quien Dios ha desamparado, ni ningún hombre arruinado hasta que se halla en el infierno».

W. S. Plumer

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Salmo 33

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Observaciones doctrinales y prácticas

  1. Alegrarse en Dios ha de ser un deber principal de los hombres piadosos (v. 1; cf. Sal. 32:11, etc.). El gozo en el Señor es uno de los vínculos entre la antigua y la nueva dispensación, entre la iglesia militante y la iglesia triunfante.
  2. El verdadero gozo en Dios tiene una adecuada expresión en la ferviente alabanza (v. 1). «¿Está alguno alegre? Cante alabanzas» (Stg. 5:13). Dickson: «No hay ejercicio que más convenga a los santos que la alabanza de Dios, ya sea que consideremos el objeto de la alabanza, que es Dios, o la obligación que ellos tienen más que nadie en el mundo; pues «en los íntegros es hermosa la alabanza». Y no hay ejercicio al que más necesitemos que se nos estimule que la alabanza: tal es nuestra apatía y la excelencia y necesidad de la tarea».
  3. Las alabanzas que se ofrecen a Dios deberían estar llenas de vida (v. 2). Deberíamos alentarnos a nosotros mismos a agarrarnos a Él. Henry: «He aquí una buena regla para este deber: “Cúmplelo con destreza y con energía; intervenga en él la cabeza y el corazón; cúmplase inteligentemente y con una cabeza despejada; afectivamente y con un corazón fervoroso”».
  4. Los versículos segundo y tercero de este salmo ponen directamente ante nosotros el tema de la música instrumental. Exponemos aquí algunas ideas sobre lo apropiado de hacer uso ahora de esta música en la adoración pública.
  1. Es totalmente cierto que los cristianos primitivos empleaban instrumentos de música en su adoración pública. Esto está claro por las enseñanzas de Justino Mártir, Crisóstomo y Teodoreto. Sobre los salmos 143 y 149, Crisóstomo, y sobre nuestro salmo (v. 2), Teodoreto, dan un testimonio decisivo. Está recogido en Bingham, vol. II, pp. 494-495. Crisóstomo dice que «solo les era permitido a los judíos, como el sacrificio, por la pesadez y grosura de sus almas. Dios se mostró comprensivo con su debilidad, puesto que habían sido rescatados, recientemente, de los ídolos; pero ahora, en lugar de órganos, podemos emplear nuestros cuerpos para alabarle con ellos».
  2. Es cierto que los órganos no se introdujeron en las iglesias cristianas en ningún lugar hasta, al menos, mediados del siglo XIII. Tomás de Aquino dice expresamente: «Nuestra iglesia no emplea instrumentos musicales, como arpas y salterios, en la alabanza de Dios, para que no parezca judaizante». Protestantes y romanistas admiten este testimonio como decisivo en cuanto al hecho de que los instrumentos no se emplearon hasta nada menos que la época del gran escolático (1250 d. C.).
  3. Es bastante claro, a partir de la Escritura, que se emplearon instrumentos de música antes de los días de Moisés, para expresar los alegres sentimientos del corazón (cf. Job 30:31).
  4. Pocos negarán la legitimidad de emplear instrumentos de música en privado para levantar las alegres emociones del alma, aun en la devoción. Tal posición generalmente se consideraría extrema.
  5. La introducción de instrumentos de música como ayuda al canto sagrado no es una provisión de la ley de Moisés, sino que vino en los días de David. No era parte esencial de la institución ceremonial del gran profeta que escribió el Pentateuco.
  6. En la discusión y resolución de esta cuestión, no nos servirá para encontrar la verdad, perder la compostura y emplear un lenguaje duro y extravagante, como ocurre con demasiada frecuencia.
  7. Quienes rehúsan o rechazan el uso de la música instrumental, no deberían juzgar a sus hermanos que piensan que es provechosa. «¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno?» (Ro. 14:4).
  8. Los hermanos que deseen tener música instrumental, no deberían usar de su libertad maliciosamente. No es correcto hacer un cisma en el cuerpo de Cristo por tales cuestiones.
  9. Quienes insisten en el pecado de emplear estas ayudas están obligados, con toda justicia, a mostrar al menos un texto claro, o proponer una inferencia justa y sencilla de algún pasaje de la Escritura que apoye sus opiniones.
  10. Si se emplean instrumentos en la adoración pública, debería ser solo como ayuda al canto congregacional. Cuando lo entorpecen, son una ofensa intolerable. «Los solos livianos y absurdos, los interludios largos y sin sentido entre estrofas, un acompañamiento ruidoso, las pausas caprichosas, el toque ostentoso y repetitivo, y otras cosas similares», deberían rechazarse rotundamente.
  11. En latitudes muy altas, los moravos descubrieron que el órgano era de gran utilidad para ayudar al pueblo a evitar que sus voces bajasen de tono demasiado.
  12. Probablemente interesará al lector conocer las opiniones de dos eminentes personajes sobre este tema. Calvino: «Es evidente que aquí el salmista expresa el sentimiento vehemente y ardiente que los fieles deberían tener al alabar a Dios, cuando manda que los instrumentos musicales se empleen con este propósito. No desea que los creyentes omitan nada que tienda a animar las mentes y sentimientos de los hombres cuando cantan las alabanzas de Dios. Sin duda, el nombre de Dios, propiamente hablando, solo puede ser celebrado por la voz articulada. Pero no es sin causa que David añada aquellas ayudas con las que los creyentes acostumbraban estimularse más a sí mismos para esta tarea, especialmente cuando consideramos que le estaba hablando al pueblo antiguo de Dios. Sin embargo, hemos de hacer aquí una diferencia, para que no consideremos aplicable a nosotros, de manera indiscriminada, todo lo que antes se mandó a los judíos. No tengo ninguna duda de que tocar los címbalos, el arpa y la viola, y toda la clase de música que tan frecuentemente se menciona en los salmos, era parte de la educación, es decir, de la pueril instrucción de la ley (hablo del servicio instaurado en el templo). Porque aun ahora, si los creyentes escogen animarse con instrumentos musicales, pienso que deberían proponerse no separar su ánimo de las alabanzas de Dios. Pero cuando frecuentan sus sagradas asambleas, los instrumentos musicales para celebrar las alabanzas de Dios no serían más convenientes que quemar incienso, encender lámparas o restaurar las demás sombras de la Ley. Los papistas, por tanto, neciamente han adoptado esto, así como otras muchas cosas de los judíos. Los hombres que aprecian la pompa externa pueden deleitarse en este ruido, pero la simplicidad que Dios nos recomienda por medio del apóstol, le complace mucho más. Pablo solo nos permite bendecir a Dios en la asamblea pública de los santos en una lengua conocida (cf. 1 Co. 14:16). La voz del hombre, aunque no la entienda la mayoría, ciertamente supera a todos los instrumentos de música inanimados; y, sin embargo, ya vemos lo que san Pablo señala respecto a hablar en una lengua desconocida. ¿Qué, pues, diremos de la salmodia, que no hace sino llenar los oídos de un sonido vacío? ¿Objeta alguien que la música es muy útil para despertar las mentes de los hombres y conmover sus corazones? Lo admito; pero siempre deberíamos procurar evitar que se cuele la corrupción, la cual podría contaminar la adoración pura de Dios y llevar a los hombres a la superstición. Además, puesto que el Espíritu Santo nos advierte expresamente de este peligro por boca de Pablo, ir más allá de lo que nos permite no solo es –debo decir—celo temerario, sino malvada y perversa obstinación».

Es probable que las opiniones de Calvino tengan la fuerza, y estén expresadas con la contundencia, que desean las personas que se encuentran en esa posición. Por otra parte, Richard Baxter, en su Directorio cristiano, Obras, vol. V, pp. 499-501, se expresa así: «Pregunta 127: ¿Es legítima la música eclesiástica de órgano u otros instrumentos?

Respuesta. Sé que en tiempos de persecución y de más pobreza de la iglesia, no se empleaba ninguno (cuando no tenían templos, ni siempre un lugar de reunión fijo). Y que el autor de Quest. et Resp. de Justino Mártir habla en su contra. Y concedo: 1. Que, de la misma manera que los cristianos débiles y enfermos pueden hacer que muchas cosas sean ilegítimas a sus hermanos –debido a que pueden perjudicar a aquellos, y así tienen que privarse no solo de muchas de sus libertades, sino también de sus ayudas–, en las muchas congregaciones, la música eclesiástica se hizo ilegítima por accidente, por causa de su error. Porque es ilegítimo (cæteris paribus) que una cosa innecesaria ocasione divisiones en las iglesias; y, cuando una parte considera ilegítima la música eclesiástica, si la otra parte la emplea, ocasionará divisiones en las iglesias y echará a la otra parte. Por tanto, desearía que la música eclesiástica no se instaurase en ningún lugar, si la congregación no se pone de acuerdo respecto a su uso, o se divide por esta cuestión. 2. Y pienso que es ilegítimo emplear compases ligeros o que no se le pueda enseñar fácilmente a la congregación; mucho más cuando expresamente se encomienda toda la tarea del canto a los coristas, y se excluye a la congregación. No deseo unirme a una iglesia en que se me impida esta noble tarea de la alabanza. 3. Pero una música eclesiástica sencilla e inteligible, que no ocasiona divisiones, sino con la que la iglesia está de acuerdo, por mi parte nunca he dudado de que es legítima. Porque: 1. Dios la instauró mucho tiempo después de la Ley ceremonial de Moisés, por medio de David, Salomón, etc.

  1. No es meramente una ceremonia instituida, sino una ayuda natural para incentivar a la mente, y es un deber y no un pecado usar las ayudas de la naturaleza y el arte legítimo, aunque no para instituir sacramentos, etc., propios. Al igual que es legítimo hacer uso de la ayuda beneficiosa de las gafas para leer la Biblia, también lo es hacerlo de la música para levantar el alma a Dios.
  2. Jesucristo se unió a los judíos que la empleaban, y jamás habló una palabra en su contra.
  3. No la prohíbe ninguna Escritura y, por tanto, no es ilegítima.
  4. Nada puede estar en su contra, que yo sepa, que no pueda decirse también de las melodías. Porque, cuando dicen que es una invención humana, puede responderse que también los son nuestras melodías (y metrificaciones y versiones). En realidad, no es una invención humana, como ponen de manifiesto el último salmo y otros muchos, que nos llaman a alabar al Señor con instrumentos de música.

Y, cuando se dice que es una clase de placer carnal, puede decir otro tanto de un concierto de voces melodioso y armonioso, que es música más excelente que la de ningún instrumento.

Y, cuando algunos dicen notar que les hace daño, también lo dicen otros del canto melodioso (pero los hombres sabios notan, por el contrario, que les hace bien). Y ¿por qué la experiencia de alguna persona prejuiciosa y engreída, o de un hombrecillo que no sabe qué es una melodía, había de ponerse frente a la experiencia de todos los demás y privarles de todas estas ayudas y misericordias, porque estas personas digan que no encuentran ningún beneficio en ellas.

Y, así como algunos se mofan de la música eclesiástica poniéndole muchos nombres burlescos, otros lo hacen con el canto (como testifican algunas congregaciones de mi entorno, que durante muchos años lo han abandonado y no lo soportan; pero su pastor está dispuesto a unirlos, omitiendo permanente y totalmente el canto de los salmos). Es grande el mal que ocasionan algunos a los cristianos ignorantes, metiéndoles estas fantasías y escrúpulos en la cabeza, que nada más aparecer convierten en menosprecio, lazo y dificultad lo que podría serles de verdadera ayuda y consuelo, como lo es para otros».

  1. El autor no sabe cómo finalizar mejor las observaciones sobre este tema que citando con total aprobación una frase o dos de Morison: «Nunca se olvide que ningún sonido de la armonía más exquisita, ya proceda de voces humanas o del arpa de sonido más dulce, puede ser aceptable a Jehová si la música de un corazón redimido no da entonación y énfasis al cántico de alabanza. Es infaliblemente cierto que no puede haber religión en meros sonidos, sean del tipo que fueren, a menos que el adorador cante con gracia en su corazón, entonando para el Señor».
  2. Podemos estar seguros de que nada de lo que afecte a la alegre solemnidad de la adoración de Dios carece de importancia (v. 3).
  3. Se coloca un gran fundamento para la piadosa confianza en la verdad y excelencia de la palabra de Dios (v. 4). Si un precepto, promesa, doctrina, amenaza o predicción de Dios pudiera fallar, entonces realmente estaríamos perdidos. Pero eso jamás puede ocurrir.
  4. La uniformidad, estabilidad y justicia de la providencia para administrar los asuntos humanos, y especialmente para llevar a cabo los principios de la Sagrada Escritura en todas las cosas para las que tienen aplicación, es verdaderamente admirable (v. 4). Todos los acontecimientos de la providencia «conforman una armonía de concordancias y disonancias bien administradas».
  5. En todos los asuntos terrenales, el cambio es el orden de las cosas. Los vientos, las mareas, las estaciones, la faz de la naturaleza y, aun los amigos, cambian, pero, en medio de todas nuestras vicisitudes, podemos confiar en la santidad, justicia y bondad inmutables de Dios (v. 5). El Juez de toda la tierra hará lo correcto. Él jamás yerra, ni hace injusticia a la criatura, ni es cruel.
  6. La creación y la providencia, las estrellas y los mares, los cielos y las leyes de la materia, todos publican el derecho de Jehová a su suprema y santa adoración (vv. 6-7). Si el Creador y Gobernador del mundo no ha de ser adorado, el culto religioso nunca puede considerarse apropiado. Si no se le debe a quien nos hizo y nos guarda, a quien nos alimenta y nos viste, no se le debe a nadie.
  7. Los sentimientos de profunda reverencia a Dios deberían tenerlos todos los hombres, si tan solo consultasen con la naturaleza (vv. 8-9). «Su omnipotencia, manifestada cuando formó y afirmó el mundo con una palabra, debería mover a los hombres a temerle».
  8. Ningún arma forjada contra Sión prosperará (v. 10). Si los planes y las conspiraciones, los consejos y las maquinaciones, los más astutos y los más crueles, hubieran podido dañar a la iglesia de Dios, no habría quedado ni siquiera un pequeño remanente. Hace mucho tiempo, el enemigo esperó poner fin a la adoración y servicio de Dios sobre la tierra; pero fracasó, y siempre fracasará.
  9. Siendo todos los consejos y pensamientos de Dios infinitamente santos, justos y buenos, solo podrían cambiarse para lo peor. Así pues, impidan todas sus perfecciones que se produzca cambio alguno. Todo está bien cuando Dios lo planea. Todo acontecerá con seguridad, puesto que Él lo ha planeado. Cuanto más se prueben, más firmes se hallarán la palabra y consejos de Dios. Aquel cuya esperanza de éxito descansa en el fracaso del propósito divino, se encontrará con una terrible derrota. «Dios no ha prometido sino lo que se ha propuesto realizar».
  10. La justicia exalta a la nación (v. 12). Cuando la gente sinceramente adopta el curso de la piedad, inicia un proceso de mejora mental y social, que le habrá de elevar muy por encima de lo que haya alcanzado jamás.
  11. ¡Es una rica misericordia que Dios realice el primer movimiento hacia la salvación de los hombres! Si un pueblo es su heredad, es porque Él lo ha escogido (v. 12). La doctrina del Nuevo Testamento es la misma. «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn. 15:16).
  12. En toda la vasta extensión de la creación, nada se esconde de la observación del Todopoderoso (vv. 13-14). Si algo pudiera pasarle inadvertido, o escapar a su dominio, podría ser fatal a sus planes y a la salvación de su pueblo. A menos que Él controle todas las causas, aquella que no controle puede causar un mal indecible.
  13. El que hizo los corazones de todos los hombres, no puede sino conocerlos y entender todas sus operaciones (v. 15). Esto demuestra que es Dios, que puede salvar plenamente a su pueblo de sus pecados, y que los malvados no ganarán ventaja sobre el pueblo de Dios.
  14. Todos los nombres y formas de fuerza y poder pertenecientes a las criaturas no son nada sin Dios (vv. 16-17). Cuatro de ellos se especifican aquí: rey, ejército, valiente y caballo. Donde está la palabra del rey, allí hay poder (cf. Ec. 8:4). Pero cuando Dios no la apoya, o batalla contra ella, es tan impotente como el gorjeo de una golondrina. El monarca más poderoso no puede hacer nada excepto que le sea dado de Dios (cf. Jn. 19:11). David a menudo reconoce que Dios hizo todo lo que él era. Tampoco un ejército es de protección si Dios está en su contra. La misma grandeza de una hueste a menudo ha sido su ruina. Dios, que hizo que las estrellas lucharan contra Sísara, puede desbaratar fácilmente cualquier preparación militar. Sin levantar un dedo, puede enviar un ángel y, en una noche, destruirá el mayor ejército que haya invadido un país. Los valientes muchas veces han hecho grandes cosas. Pero «en su valentía [no] se alabe el valiente» (Jer. 9:23). Los valientes morirán como hombres. Dios ha dado al caballo fuerza, y ha vestido su cuello de trueno. La gloria de sus narices es terrible. Piafa en el valle y se regocija en su fuerza. Procede a encontrarse con los hombres armados. Se burla del miedo y no se atemoriza. Huele la batalla desde lejos. Sin embargo, no es nada sin Dios. Tan pronto puede meter a su jinete en el peligro como sacarlo del mismo.
  15. Ningún hombre actúa jamás con verdadera sabiduría hasta que teme a Dios y espera en su misericordia (v. 18).
  16. Un buen hombre puede estar seguro de la vida natural siempre que sea lo mejor para él tenerla y, cuando le es quitada, puede esperar, confiado, una vida mejor en un mundo mejor (v. 19). Compárese con Isaías 33:16; 41:17-18; 1 Timoteo 4:8.
  17. Esperar en el Señor, ¿no es un deber en que se insiste demasiado poco en nuestros días? (v. 20). El autor no recuerda haber oído más de uno o dos discursos públicos respecto a este excelente ejercicio.
  18. Hay una bella proporción en el carácter de los hombres verdaderamente piadosos. Cuando hay auténtica confianza, hay gracioso temor, y, cuando estos están, hay también gozo santo (vv. 18, 21).
  19. El clamor por misericordia siempre nos conviene, hasta que obtengamos nuestra corona (v. 22). Nunca está fuera de lugar. Aun para concluir un canto triunfante es apropiado.

W. S. Plumer

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Salmo 32

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Observaciones doctrinales y prácticas

  1. Negar nuestro pecado es negar nuestra necesidad de perdón, y cortar toda esperanza de salvación y felicidad eterna. La bienaventuranza no comienza hasta que se recibe el perdón (v. 1), y pretender que tal perdón se ofrece al inocente sería un insulto.
  2. Aunque la Biblia es un libro sobrio, emplea una variedad de términos y expresiones respecto al pecado, todos los cuales serían impropios a menos que el pecado fuese un mal terrible. En Éxodo 34:7, encontramos «iniquidad», «transgresión» y «pecado». Aquí encontramos lo mismo y, además, «engaño» (vv. 1-2). En otros lugares, otros nombres y expresiones lo señalan como «rebelión», «sublevación», «maldad», «cosa horrenda», «necedad», «mentira», «menosprecio de Dios», «vileza», «desesperación». Desecha todos los principios de la razón, y desafía todos los atributos de Dios. Dejado a sí mismo, es incorregible. Es ciego a todo lo glorioso y admirable. Considera una catástrofe lo que es una menudencia, y antepone la criatura al Creador. Hace que sus víctimas consideren a Dios como alguien semejante a ellos. Olvida la santidad infinita de Aquel a cuyos ojos los cielos no son puros ni las estrellas limpias. La indignación de Dios no produce justo y continuo temblor en las estúpidas almas de los malvados, miríadas de las cuales suponen que la ira del cielo puede evitarse con rituales, que el fuego del infierno puede extinguirse con lágrimas, y que la paz puede asegurarse con torturas autoimpuestas. Ah, si todos «aprendieran: 1. Que el pecado conlleva una deuda que ningún hombre puede satisfacer, una deuda por la que el hombre ha de perecer si no le es perdonada. 2. Que el pecado es una inmundicia que ni Dios puede contemplar sin abominar al pecador, ni la conciencia culpable puede mirar sin horror excepto que se cubra. 3. Que el pecado conlleva una culpa que puede conducir a los hombres a la condenación si se les acusa de la misma. 4. Que no hay justificación del pecador ante Dios por sus buenas obras».
  3. Con el Señor está la misericordia y con Él la abundante redención. Al Señor nuestro Dios pertenecen la misericordia y el perdón. Es su gloria y su deleite perdonar las transgresiones, cubrir el pecado y no culpar de iniquidad (vv. 1-2). Aún «[da] conocimiento de salvación a su pueblo» (Lc. 1:77). Ha exaltado a su Hijo como Príncipe y Salvador para conceder arrepentimiento y remisión de pecados a Israel (cf. Hch. 5:31). La salvación es posible. Para los creyentes es cierta.
  4. La salvación de Dios no es parcial. No solo perdona, sino que acepta como justo. No solo no culpa de iniquidad, sino que «atribuye justicia sin obras» (vv. 1-2; Ro. 4:6). No solo salva de la ira, sino que da derecho al árbol de la vida. No es cuestión de decidir entre la justicia de Cristo y la nuestra, pues no tenemos ninguna. Todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia. Para nuestra pecaminosa raza, es cuestión de decidir, meramente, entre la justicia de Cristo y la condenación. Sin sus méritos, perecemos. Y no podemos obtener su justicia más que siendo puesta a nuestra cuenta. No es impartida; es imputada. Somos investidos de ella; es nuestro lino blanco y limpio; es nuestra gloriosa vestidura de boda.
  5. La justificación y la santificación son distinguibles, pero no separables. Cuando una existe, la otra no falta. Cuando el pecado es perdonado, el engaño es desterrado (vv. 1-2). Compárese con Romanos 8:1. El que cree que se puede tener el favor de Dios sin que se tenga al mismo tiempo su imagen, que se puede estar bajo el beneplácito del cielo mientras se ama el pecado, y que Dios no tiene una sentencia de ira contra el que ama el engaño, ya ha sido destruido. Solo un milagro de la misericordia, que abra sus ojos, quite sus engaños y convierta su alma a Dios, le salvará de una penosa eternidad.
  6. De todas las formas de pecado, ninguna es más afín a su naturaleza que el engaño, la mentira, la falsedad, el embuste (v. 2). Sin embargo, engañar a Dios es imposible; engañar a nuestros congéneres no puede hacernos bien permanente; y engañarnos a nosotros mismos nos destruirá. La Biblia de Berleberg: «Así como los niños imaginan que no son vistos cuando se tapan los ojos con las manos, de forma que ellos no ven a nadie, de manera semejante, los hombres actúan con necedad al suponer que sus pecados y delitos, cuando permanecen ocultos a sí mismos, también permanecen ocultos a los ojos omniscientes de Dios».
  7. Nadie tiene más necesidad de plena experiencia de religión que quienes quieren enseñar a otros (vv. 1-4).
  8. La piedad vital tiene un enemigo mortal en la seguridad carnal. Esta impide todo el bien que podríamos obtener en otras circunstancias. Lleva a los pecadores e hipócritas a clamar: «Paz y seguridad», cuando la destrucción está a las puertas. Hace que los que son verdaderamente piadosos, se establezcan sobre sus desechos y descansen, satisfechos, cuando su condición es deplorable. Los hombres pueden tener alguna conciencia de pecado y, sin embargo, traicionarse a sí mismos y a Dios. Quienes piensan que están bien, no buscan ningún remedio.
  9. No es la seguridad carnal menos enemiga de una paz sólida. Fortalece el engaño, que al final no hace sino aumentar la miseria. Aun en su progreso, normalmente se atormentan. Calvino: «A menudo ocurre que son torturados con el más intenso dolor quienes roen el hueso y, en lo interior, devoran la pena y la mantienen enclaustrada, encerrada por dentro y sin descubrirla, pero después se apodera de ellos una especie de locura repentina, y la fuerza de su dolor irrumpe con mayor ímpetu cuanto más tiempo haya sido contenido». Arnd: «La melancolía que surge del pecado consume el cuerpo, lo reduce a una condición miserable, y da lugar a un llanto secreto del corazón, de manera que se produce un alarido constante».
  10. La distinción entre el perdón judicial y paternal de Dios es sana y bíblica. Inmediatamente después de que David dijera a Natán: «Pequé contra Jehová», «Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado» (2 Sam. 12:13). Sin embargo, después de esto, David escribió el salmo 51 y tuvo la experiencia descrita en los versículos 3-5. Tholuck: «El profeta pronunció perdón, pero otra cosa era que David se apropiara y regocijara en él delante del Señor».
  11. El pecado es un enredo terrible. Un pecado conduce a otro, ya que el mal engendra mal sin fin, a menos que la gracia de Dios intervenga para romper la horrible sucesión. David miró, codició, cometió adulterio, recurrió a las artimañas, manchó su alma con sangre inocente, durante mucho tiempo vino a justificarse a sí mismo, se hizo obstinado e irritable, y pronto se habría arruinado si el amor de Dios no le hubiese buscado y humillado.
  12. Las aflicciones del pecado no perdonado pueden, en cualquier momento, hacerse intolerables, consumiendo nuestra salud y sumiéndonos en el abatimiento y aun en la desesperación (vv. 3-4). No hay fuego más ardiente que la ira de Dios derramada sobre una conciencia culpable. No hay daño más terrible que el del espíritu herido por la transgresión.
  13. La doctrina bíblica de la confesión del pecado es de gran importancia y ocupa un lugar destacado en ambos Testamentos (vv. 3-5). La confesión aquí mencionada no es «auricular a un sacerdote», tan exaltada por los romanistas; ni la mutua confesión de faltas recomendada por un apóstol (cf. Stg. 5:16); ni el reconocimiento del mal ocasionado a un hermano (cf. Lc. 17:3-4); sino la confesión debida solo a Dios, como Señor de la conciencia y Juez final. Sobre esto, las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento son claras y armoniosas (cf. Pr. 28:13; 1 Jn. 1:8-10). Toda santa confesión de pecado es plena, sincera, humilde y penitente. Henry: «Quienes deseen obtener el consuelo del perdón de sus pecados, deben acarrearse vergüenza mediante una confesión penitente de los mismos». Que tal confesión sea necesaria, es claro: 1. Del mandato de Dios; 2. Del ejemplo de los buenos hombres; 3. De la naturaleza del caso, ya que ningún hombre estará dispuesto a abandonar el pecado hasta que se prepare para confesarlo; y ningún hombre cuya abominación no esté dispuesto a admitir, se sentirá inclinado a reconocer la misericordia del perdón de pecado.
  14. La excelencia de la confesión no consiste en ningún mérito que haya en ella, como algunos sueñan vanamente, sino en tanto que es un acto demandado por la simple verdad, y en tanto que considera el gracioso perdón de Dios como un don bienvenido. La conexión entre confesión y perdón es estrecha e íntima. No podemos amar y querer a los enemigos de Dios, y amarle y temerle a Él al mismo tiempo. Dios está más dispuesto a perdonar el pecado que nosotros a abandonarlo y confesarlo (v. 5).
  15. Para todo hay un tiempo. Especialmente hay un tiempo para volverse al Señor mediante la confesión y la oración. Los sabios invocan a Dios cuando hay posibilidad de hallarle (v. 6; cf. Is. 55:6). Habrá oración en el día del juicio final y en el infierno, pero será demasiado tarde. Dios no oirá entonces.
  16. Si hemos tenido experiencia de los métodos divinos para tratar las almas, deberíamos, en primer lugar, beneficiarnos de ella nosotros mismos y, después, darla a conocer modestamente para que otros eviten nuestros errores, y se valgan del aliento producido por nuestro éxito en el propiciatorio (v. 6). Un acto justo puede tener un larguísimo alcance. La gente que ora está segura en tiempos de las catástrofes más extremas. Las muchas aguas no se acercarán a ellos.
  17. Dickson: «La experiencia de las misericordias de Dios pasadas debería llevarnos a hacer uso de la fe en todas las dificultades futuras. Tras una dificultad, los santos deberían prepararse para otra; tras una liberación, deberían esperar otra» (v. 7).
  18. Si Dios o sus siervos nos invitan a la instrucción, deberíamos atender a las cosas que se hablan para nuestro aprendizaje (v. 8).
  19. Henry: «Pueden enseñar mejor a otros la gracia de Dios quienes la han experimentado; y quienes han sido enseñados por Dios, deberían decir a otros lo que Él ha hecho por sus almas» (v. 8).
  20. En cualquier parcela de la vida, tener el carácter adecuado es de gran importancia; pero, para recibir instrucción, tener un carácter inadecuado es fatal. Aquel cuya única semejanza al caballo consiste en su inquietud, y aquel que se asemeja a la mula únicamente en su obstinación, no harán progreso en el aprendizaje de las lecciones de la salvación. La sumisión, la docilidad y la calma son esenciales. El pecado no tiene peor efecto en la naturaleza del hombre que el que produce la terrible perversión que excluye la enmienda.
  21. Nuestra actitud temeraria y testaruda se encontrará, en algún momento, con un terrible freno. La Biblia de Berleberg: «Si no accedemos a servir a Dios voluntariamente, a la larga le habremos de servir, queramos o no. El que huye del servicio voluntario a Dios, cae en su servicio obligatorio. Por esta causa, el sabio estoico oró: “Guíame, oh Dios, por el camino que Tú has escogido; y, si no quiero, lo mejor es que se me obligue”. No se recurre al freno y al cabestro a menos que no se nos puede hacer sabios por medios más delicados. Dios emplea estos con el propósito de librarnos de la autodestrucción».
  22. Las miserias de los inconversos son inconcebiblemente terribles. Sobre ellos reina la depravación; la culpa carga sus almas con sus ardientes cadenas; la ignorancia ciega sus mentes; y no tienen ningún poder para hacer el bien. Dios, las estrellas y toda la naturaleza lucharán, además, contra los impenitentes. «Muchos dolores habrá para el impío» (v. 10). La conexión entre pecado y miseria es más estrecha que entre alma y cuerpo (es inseparable). Aunque los malvados se exalten a sí mismos cual águila, y aunque pongan su nido entre las estrellas, de allí los bajará Dios. Los pecadores tienen que soportar todas sus dificultades solos. No conocen a Dios. No tienen acceso al propiciatorio. El único remedio para la desgracia humana se halla en Cristo. Puesto que los pecadores lo rechazan, no les queda más que miseria. Los justos obtienen bien de todo el mal que les acontece, pero los malvados de tal manera lo pervierten todo, que obtienen mal de todo el bien que se les envía.
  23. Ambos Testamentos con razón declaran que es el deber de los siervos de Dios estar llenos de gozo santo, aun en tiempos de prueba, pérdida de un ser querido o tribulación (v. 10). Tienen una buena causa para el regocijo; la misericordia los rodea.
  24. Si los justos pueden regocijarse hasta la exultación, mientras que aún están en el valle de lágrimas y en el campo de batalla de la vida, ¿cuál no será su regocijo cuando la guerra haya acabado y Dios mismo venga a bendecirlos?
  25. Aun en esta vida, la verdadera bienaventuranza es posible (vv. 1, 11). Toda ella estriba en el perdón del pecado y una justificación gratuita. Si la culpa hace a los hombres cobardes, el perdón y la aceptación los hace intrépidos. Si la culpa envenena toda copa de alegría, la justificación endulza toda copa de angustia. Si la culpa hace de la muerte el rey de los terrores, un interés en Cristo lleva al creyente a gritar: «Sorbida es la muerte en victoria» (1 Co. 15:54). Si la culpa ha de conducir a los malvados, en el último día, a gritar a las rocas y a las montañas que caigan sobre ellos y los escondan de la faz de aquel que se sienta en el trono, y de la ira del Cordero, el derecho que los creyentes tienen al árbol de la vida les dará valentía en el día del juicio final. El pecador salvo por gracia tiene todas las cosas y está rebosante, puesto que tiene a Cristo como su sacrificio y como su justicia. Bouchier: «El criminal puede ser perdonado, pero regresa a un mundo despectivo con un nombre manchado y un carácter arruinado. Es liberado de la pena temporal de su culpa para buscar refugio y subsistencia donde pueda, casi obligado a regresar a sus antiguos socios de pecado, como los únicos seres que han de admitirlo en su fraternidad sin burla ni reproche. Ninguna voz amiga está a su lado para instruirle y enseñarle el camino por el que deba ir, ningún ojo le mira con amabilidad para guiarle y dirigirle». Lo peor de todo es que no tiene paz por dentro, ni un cambio de corazón. Dejado a sí mismo, es tan vil como siempre. Pero el pecador que ha acudido a Jesús, halla todo lo que necesita: gracia, amigos, un hogar, olvido eterno de sus delitos pasados y seguridad de eterna victoria sobre todos sus enemigos. ¡Oh, cuán asombroso es el plan del evangelio!
  26. Y ahora, querido lector, ¿aceptarás el perdón ofrecido, la salvación propuesta? Ahora es tu tiempo. Si estás fuera de Cristo, este puede ser tu último llamamiento a la salvación. ¿Por qué has de morir? ¿Cómo escaparás si descuidas una salvación tan grande? ¿Qué dirás cuando Dios te castigue? ¿Confesarás tu pecado, aceptarás a Cristo y serás salvo? ¿LO HARÁS?

S. Plumer

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Salmo 31

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Observaciones doctrinales y prácticas

  1. Se da mucha honra a Dios con la confianza que su pueblo pone en Él en las horas más oscuras (v. 1). Esta es una razón por la que deberían esforzarse grandemente por esperar y confiar en Dios en todo momento.
  2. La auténtica confianza en Dios es solo en Él. No mezcla ayudas y amistades humanas con lo divino. Es callada como una tumba respecto a todo recurso que no sea el Infinito, Eterno e Inmutable (v. 1).
  3. Una auténtica confianza puede alegarse siempre como razón por la que Dios debería concedernos nuestras peticiones (v. 1). Él nunca despierta esperanza o inspira confianza para, después, defraudarnos. Lejos de Él tal cosa.
  4. Los justos tienen muchas buenas, y ninguna mala, expectativas para la eternidad (v. 1). Jamás serán avergonzados. Todas las buenas cosas que reciben aquí no son sino promesas de cosas mejores por venir, mientras que el mal que reciben es todo el mal que les acontecerá.
  5. Cada atributo de Dios requiere y asegura la salvación de los creyentes. Eran pecadores y, por tanto, merecían mal. Pero, puesto que están bajo el pacto de Dios, aun la justicia divina demanda su completa liberación (v. 1). Compárese con 1 Juan 1:9. Dickson: «Al igual que el Señor envía, en su sabiduría, turbación tras turbación al creyente, también envía, en su justicia y fidelidad, liberación tras liberación prometidas».
  6. Es una gran misericordia que Dios oiga la oración. Podemos pedirle, confiadamente, que oiga nuestras oraciones y condescienda a inclinar a nosotros su oído (v. 2). Arnd: «¡Oh Dios, hasta tal punto oyes lo que se te ofrece con voz debilitada que aun mi suspiro oyes! ¡Ah, no te mantengas tan alejado de mí! No tengo ninguna defensa temporal, ningún lugar de fuerza y seguridad; sé Tú mi castillo y fortaleza».
  7. Cuando los hombres hablan muy en serio y sus corazones son totalmente sinceros, desean la pronta ayuda de Dios (v. 2). El alma piadosa en tinieblas pide que las tinieblas sean disipadas ahora. El que justamente desea liberación del pecado, pide ser salvado ahora.
  8. Está bien desesperar de toda ayuda creada, renunciar a toda confianza en nosotros mismos u otras criaturas. David no tenía más esperanza que Dios (vv. 1-2).
  9. Dios puede defender y salvar plena y efectivamente. Él es «roca fuerte», arsenal, «roca» y «castillo» (vv. 2-3). Confiar en Él no puede ser en vano. Tal cosa es imposible. Su naturaleza lo impide. No hay verdad más segura ni clara.
  10. Si simplemente se tratara del honor de la criatura, el crédito de los ministros o la gloria de los ángeles, la salvación del hombre sería realmente incierta. Pero, a cada paso, se trata del honor de Dios. Rogamos «por [su] nombre» (v. 3). Si Dios comenzara y no continuara, o si Él llevase adelante la obra pero no la completase, todos admitirían que sería por alguna razón ignominiosa para el Todopoderoso. Pero tal cosa no puede ocurrir jamás. Dios llevó a cabo la salvación del hombre motu proprio. Su glorioso nombre asegura que la piedra culminante ha de ser colocada en gloria.
  11. La guía divina no puede buscarse con demasiado fervor y constancia (v. 3). Dejados a nosotros mismos, cometemos errores fatales. Si el hombre pudiera ser su propio guía, ¿por qué no podría ser también su propio salvador? Por tanto, es correcto someter todo nuestro entendimiento a la enseñanza de Dios, y nuestro corazón a la purificación del Espíritu Santo.
  12. La historia del pueblo de Dios se une a la Escritura para mostrar que «el justo con dificultad se salva» (1 P. 4:18). Muchas veces sus pies están en la «red», y nadie más que Dios puede sacarlos (v. 4). A este respecto, su éxito de ninguna manera depende de un ingenio innato o carácter fuerte, sino del propósito y gracia de Dios. Dickson: «Aunque los piadosos sean débiles y simples, tienen a un Dios sabio y fuerte a quien invocar, el cual puede romper el lazo y poner a los suyos en libertad».
  13. Cuanto más se estudia la Escritura y más aprendemos por experiencia, más claro parece que la omnipotencia de Dios es una verdad necesaria para la paz y alegría cristianas (v. 4). Recientemente, partió de esta tierra alguien cuyo recuerdo permanece en los corazones de miles: el Rvdo. James Waddell Alexander (Th.Dr.). Entre sus muchas contribuciones a la piedad, ninguna merece un lugar más elevado que su obra titulada Consolación. Ninguno de sus capítulos está más lleno de bendita verdad que el cuarto, titulado «La omnipotencia de Dios: Fundamento de amplia esperanza cristiana».
  14. Es un privilegio de los creyentes, en todo momento, encomendar su espíritu a Dios (v. 5). Y es especialmente deleitoso hacerlo en la hora de la muerte. Así lo hizo nuestro Salvador. El moribundo Esteban, el Rvdo. James Waddell (Th.Dr.), célebre predicador ciego de Virginia, la Sra. Sarah B. Judson y muchos otros, cuando estaban muriendo, clamaron: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch. 7:59). De camino a la hoguera, Huss frecuentemente decía: «En tus manos encomiendo mi espíritu; Tú me has redimido, mi Señor Jesús, Dios de verdad». Lutero, muriendo, dijo tres veces: «En tus manos encomiendo mi espíritu». Las últimas palabras de John Janeway fueron: «Ven, Señor Jesús, ven pronto» (cf. Ap. 22:20). John Frederic Oberlin: «Señor Jesús, llévame rápido, mas hágase tu voluntad». Calvino: «Quien no confíe en la providencia de Dios para encomendar su vida a su fiel custodia, no ha aprendido correctamente qué es vivir».
  15. ¡Cuán preciosa es la redención! Todos los santos aman hablar de ella y glorificar a su autor (v. 5). No es de extrañar que las plumas inspiradas nunca se cansen de este tema, y a menudo prorrumpan en cánticos de alabanza respecto al mismo, aun sin aviso formal.
  16. Si los hombres no se duelen cuando contemplan a los transgresores, no son santos (v. 6). Cuando Pablo vio la ciudad de Atenas terriblemente sumida en la idolatría, su espíritu se conmovió. El que puede contemplar la maldad de los malvados sin tristeza y aversión, tiene un corazón muy distinto al corazón de Dios.
  17. No hay manera razonable de justificar la idolatría, excepto suponiendo que los hombres están terriblemente cegados, pervertidos y degradados por el pecado. Todo el sistema de idolatría y de magia, necromancia, augurios y adivinaciones, es tal cúmulo de «vanidades ilusorias», que únicamente una mente depravada podría recibirlo aun un solo momento.
  18. Las verdaderas misericordias nunca pierden su utilidad para la mente piadosa (v. 7). Mucho tiempo después de su recepción, podemos traerlas a la memoria. Jacob lo hizo cuando estaba muriendo (cf. Gn. 48:16). El que no tiene conciencia para pensar en las misericordias pasadas, apenas puede rogar, de manera correcta, nuevas bendiciones. A veces, la única luz que nos queda es la luz de las promesas, aumentada por la luz de una bienaventurada experiencia.
  19. Es nuestra obligación mantener y cultivar el gozo y la alegría en el servicio a Dios (v. 7). Sería un estigma indeleble para la religión el que todos sus profesantes mostraran por su semblante que sirven a un señor duro, que les envió a la guerra a sus expensas y los dejó en una tristeza que amarga sus vidas. Bendito sea su nombre, pues que da cánticos en la noche. «Saliste al encuentro del que con alegría hacía justicia» (Is. 64:5).
  20. Dios conoce nuestras almas en la aflicción (v. 7). Pesa bien nuestra causa. Siempre mira a sus santos, especialmente cuando están inundados en lágrimas o lidiando con las ondas de la adversidad. Ve toda nuestra turbación. Bendito sea su nombre por ello.
  21. «Los problemas rara vez vienen solos». Los de David se multiplicaron. Léase la lista (vv. 7-13). ¡Cuán pesada la carga! ¡Cuánto presionaba! Cuando comienzan a llegar las aflicciones, bienaventurado el que está preparado para lo peor.
  22. Si fuese posible que Dios, aunque solo por poco tiempo, se pusiese del lado de los malvados en contra de los justos, esto destruiría toda la religión del mundo. Pero Él jamás, ni aun por una hora, entrega a un buen hombre «en mano del enemigo» (v. 8).
  23. Cuando Dios da anchura, ¿quién puede ponernos en estrechura? (v. 8).
  24. Mantengan vivo todos los buenos hombres el conocimiento y recuerdo de la misericordia divina (v. 9). En ella reside la vida de los hombres. El santo moribundo y el cristiano vivo no tienen otro recurso. El Dr. McLaren de Escocia, muriendo, dijo: «Estoy juntando todos mis sermones y todas mis oraciones, todas mis buenas obras y todas mis malas obras, y los estoy tirando por la borda, decidido a nadar hasta la gloria sobre la tabla de la libre gracia». Jamás sostengamos una doctrina dudosa sobre este punto vital.
  25. El peor aguijón de cualquier prueba es el pecado (v. 10). Este da a nuestros dolores su terrible conmoción. Dickson: «La conciencia de pecado unida al problema es carga sobre carga, y puede quebrantar la fuerza del hombre más que cualquier problema». La razón es que el pecado es la cosa más amarga y maldita, el veneno más tóxico y mortal, el mal más mortífero y horrible del universo. Absolutamente nada puede compararse con él. Aunque el hombre parezca totalmente alegre y jovial, si el pecado está sobre él, languidece y muere.
  26. Si la existencia y contemplación del pecado producen tales efectos aquí, ¿qué no han de ocasionar al alma en el otro mundo, donde la retribución será perfecta?
  27. Si experimentamos pruebas intensas de la mano del hombre, también las experimentaron David (v. 11) y Cristo. Si no nos va peor que al Maestro y su gran tipo, podemos considerarnos felices. A menudo, el ingrediente más amargo en nuestra copa es el papel que se permite jugar a nuestros antiguos amigos. Esto también formó parte de las pruebas de David y de Cristo.
  28. Cuando casi todos los hombres desprecian o desesperan de una buena causa, es un ilustre acto de fe no rendirse. En este caso, David esperó contra esperanza. Siguió la promesa, no las apariencias. Lo que hizo la fe del ladrón penitente más notable fue que, firmemente, miró al Sol de justicia, aunque estaba bajo un eclipse; creyó en un Salvador que fue abandonado por sus propios discípulos, muriendo en ignominia y confesando que había sido desamparado por Dios. No es de extrañar que tal ejemplo de fe haya sido celebrado desde entonces, y lo siga siendo hasta el fin del mundo.
  29. Ni la multitud de nuestros enemigos y sus calumnias, ni sus consejos, ni sus maquinaciones homicidas, ni ninguna otra cosa puede destruirnos o desalentarnos si Dios está con nosotros (v. 13).
  30. La confianza en Jehová como nuestro Dios nunca jamás será defraudada (v. 14). Hay una frase en uno de los libros apócrifos del Antiguo Testamento que una vez dio al pobre Bunyan gran consuelo. Pensó que estaba en la Biblia, en lo cual se equivocaba, pero no en suponer que conformaba una verdad de la Escritura: «Mirad a las generaciones de antaño y ved: ¿Quién se confió al Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y quedó abandonado? ¿Quién le invocó y fue desatendido?» (Eclo. 2:10, LBJ).
  31. Cuán consoladora es la doctrina bíblica de la providencia (v. 15). Lo mismo podríamos creer que no hay Dios, que creer que no ve, ni oye, ni se preocupa, ni actúa en los asuntos humanos. Si confiamos en su gobierno, todo estará bien, y nadie lo dirá más seguro, alto y gozoso que quienes, en esta vida, se encuentran con los reveses más tristes.
  32. La persecución no es ninguna novedad (v. 15). Su espíritu se ha agitado desde los días de Caín, y continuará hasta que el último pecador se convierta. La ofensa de la cruz jamás cesará hasta que toda carne vea la salvación de Dios.
  33. Cuando brilla el sol, no necesitamos velas, y cuando tenemos la luz del rostro de Dios, importa muy poco que los hombres sonrían o frunzan el ceño, alaben o culpen, bendigan o maldigan (v. 16).
  34. La vergüenza, la derrota, el vencimiento, el silencio y la confusión ciertamente vienen, pero no para los justos (v. 17).
  35. Será una dicha indecible vivir en un país como el cielo, donde «los labios mentirosos» nunca se abren, donde «cosas duras» nunca se hablan, donde la «soberbia» y el «menosprecio» son desconocidos (v. 18).
  36. El que tiene a Dios por su Dios «posee a Dios con todos sus tesoros de gracia, con toda su bondad, amor y amistad» (v. 19). Dios no niega nada a quienes no le niegan nada a Él.
  37. Es una bendición indecible tener permiso para llevar una vida tranquila y apacible, aun si es en tiempos turbulentos, cuando el mundo está todo alborotado. Esto nunca puede hacerse si no es mediante esa paz que es un don especial de Dios. Él esconde a sus escogidos «en lo secreto de [su] presencia», «en un tabernáculo» (v. 20). Dickson: «¡La gran paz de conciencia ante Dios, y consuelo en el Espíritu Santo, que el Señor puede dar al creyente cuando tiene que tratar con perseguidores soberbios y manifiestos, y con calumniadores chismosos, es un misterio secreto y oculto al hombre mundano!». Calvino: «El poder de la sola providencia divina basta para ahuyentar toda especie de mal». En la prisión de Bedford, Bunyan caminaba sigilosamente hacia el cielo, mientras que su detestable príncipe, con sus secuaces y esbirros, era zarandeado en un mar de vanidad.
  38. El que quiera puede ver las maravillas de la misericordia obradas para quienes aman y temen a Dios (v. 21).
  39. Dickson: «Puede haber en el alma, a la vez, dolor opresivo y fuerte esperanza; tinieblas de aflicción y la luz de la fe; dudas desesperadas y firme sujeción a la verdad y bondad de Dios; una aparente rendición en la lucha y, sin embargo, un esfuerzo de la fe frente a toda oposición; un necio apresuramiento y una pausa de la fe» (v. 22).
  40. La desconfianza en la bondad, el amor y la misericordia de Dios es un pecado que debe confesarse (v. 22). Una vez lo hemos confesado sinceramente, nos guardaremos del mismo con mucha vigilancia.
  41. El amor a Dios es una antigua doctrina (v. 23). Se enseña tan claramente en el Pentateuco como en los Evangelios, en los Salmos como en las Epístolas.
  42. Ningún alma fiel perece jamás. La razón es que Dios reina y la guarda (v. 23).
  43. La recompensa de los incorregiblemente malvados será bastante pronto y bastante terrible, sin que nos tengamos que ocupar de hacerles mal (v. 23).
  44. Sean todos los siervos de Dios de buen ánimo. Ningún comportamiento cobarde caracterice jamás su conducta (v. 24). El que pelea sus batallas es el Todopoderoso. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Ro. 8:31).
  45. Este salmo muestra que David fue, en muchos aspectos, un tipo de Cristo. Estudiemos tanto la figura como a quien era prefigurado.

W. S. Plumer

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