
Observaciones doctrinales y prácticas
- Aun en este mundo de aflicción, una parte no pequeña de nuestra tarea es la alabanza (vv. 1, 12). Todo el tiempo que dura la vida, especialmente en el caso de los justos, las misericordias abundan grandemente. Mucho más se les llamará a la alabanza en el cielo (cf. Is. 54:7-8). Glorifiquémosle aquí con el corazón y con la voz por la vida y todas sus bendiciones; y, después, podemos esperar pasar la eternidad en su dichosa presencia y servicio. Si Dios nos exalta, exaltémosle. Si nos humilla sin destruirnos, considerémoslo una gran misericordia y demos gracias. «Todas las vicisitudes de nuestra existencia terrenal están sujetas a su soberana disposición». No podrían estar en mejores manos.
- En cuanto a su condición, estado de ánimo y esperanza, los mejores hombres están sujetos a gran depresión (v. 1). El creyente bajo el pacto de Dios está a salvo, no seguro. Aunque sus enemigos no prevalecerán finalmente, sin embargo, a menudo le incordiarán terriblemente.
- Puesto que los malvados aborrecen a los justos, se regocijan sobre ellos siempre que los ven tristes y abatidos (v. 1). «Porque no sois del mundo […] por eso el mundo os aborrece» (Jn. 15:19).
- Todo el salmo muestra cuán terrible es el pecado de quienes gobiernan o representan a la nación. Trae consigo terribles castigos. La razón por la que los pecados nacionales son tan severamente castigados en este mundo es que las naciones, como tales, no serán juzgadas en el otro mundo. Su existencia habrá cesado entonces. En el juicio final, solo los individuos experimentarán el examen de Dios.
- No hay perseverancia sin oración (v. 2). Podemos ser salvos sin erudición o gran sagacidad, pero no sin oración. Cobbin: «A su tiempo y manera, Dios puede librarnos cuando le invoquemos para que nos ayude. En esta fluctuante condición, nuestras alegrías casi se alían con nuestras aflicciones, nuestra prosperidad con la adversidad, y nuestras épocas de sagrada alegría con las de profunda depresión. Pero ¿quién ha asediado el propiciatorio en vano?».
- Cuando Dios sana y ayuda, hace la obra con propósito (v. 2). Nadie puede resistirle. Él no necesita colaboración.
- La preservación de la vida humana es una obra tan grande, que siempre y fácilmente puede atribuirse solo a Dios (v. 3). No es necesario ningún acto positivo de su parte para terminarla. Su simple y plena retirada nos haría perecer al instante.
La vida que has puesto bajo tu cuidado,
Señor, la dedico a ti.
Ciertamente, deberíamos darlo todo a Dios. Los peligros vistos y no vistos, con que constantemente nos encontramos, en seguida nos superan si Dios nos abandona tan solo un momento. Si nunca hemos estado bajo los peligros de la guerra o el hambre, sin embargo, ¿quién de nosotros ha estado siempre fuera del alcance de la pestilencia?
- El que ama a Dios de corazón y sinceramente le alaba, desea que todos los demás hagan lo mismo (v. 4). Las razones son: 1. La verdadera religión es benevolente; 2. Dios es infinitamente excelente y glorioso y, por tanto, digno de honor y devoción ilimitados. Dickson: «Detenerse un momento a considerar las misericordias que nos son mostradas, trae consigo regocijo en Dios y una disposición al canto a la que, una vez que hemos sido despertados y amonestados, pensaremos que una boca que alabe a Dios es demasiado poco, como aquí vemos en David, que no solo alaba a Dios él mismo, sino que también pone a caminar a todos los santos en la misma dirección, diciendo: «Cantad a Jehová, vosotros sus santos».
- Sin embargo, es inútil pedir a nadie, aparte de los «santos», que se unan en un ejercicio tan espiritual (v. 4). Por mucho que los hombres malvados puedan amar los buenos dones, siempre aborrecerán al Dador de todas las cosas buenas. Muchos de ellos ni siquiera le agradecen la existencia. Voltaire puso en letras de molde: «Ojalá nunca hubiera nacido». Miles desprecian, hasta este día, su «don inefable», Jesucristo. Si Dios no tuviese más honra que la que le dan los malvados, su alabanza pronto dejaría de ser oída y su nombre reverentemente pronunciado sobre la tierra.
- La santidad de Dios es tan amable como inmaculada. Puesto que es infinita, hay que confiar y regocijarse en ella. Siempre es justa causa de gratitud (v. 4). ¿Tiene nuestra religión un carácter que nos capacite a adorar y gloriarnos en la santidad de Dios?
- Aunque, en el caso de los malvados, a la noche de la muerte le sigue una noche de desesperación interminable, sin embargo, en el de los justos, la noche más larga y oscura tiene su mañana de alegría (v. 5). Aun siendo intensas las pruebas de los santos, son muy breves. Grande es la misericordia para con nosotros de que Dios es lento para la ira, y de que su ira no dura más que «un momento». Si se complaciera en castigar, ¿quién podría estar en pie ante Él? Pero, mientras que las Escrituras nos aseguran que la ira de Dios es breve, igual de claramente nos enseñan que su misericordia dura para siempre. ¡Oh, si los santos estudiaran el carácter de Dios! Amor, misericordia y pureza maravillosos brillan en todo él. Su nombre es la gloria del universo.
- Los escritores inspirados cuidadosamente mantienen la distinción entre santo y pecador. Este salmo la exponen maravillosamente. Hengstenberg: «Los juicios divinos son de carácter aniquilador para los impíos. En su caso, la alegría nunca sigue al lloro». En cambio, las mismas aflicciones del pueblo de Dios promueven su eterno bienestar.
- Aunque la prosperidad puede venir a un buen hombre, sin embargo, nunca es sin peligro. Ni siquiera David fue lo suficientemente fuerte como para resistir su poder (v. 6). A causa de nuestra pecaminosidad, su tendencia natural es endurecer el corazón y apartar los afectos del deber y de Dios. Esto se declara a menudo en la Escritura. A veces, el lenguaje de la Inspiración es muy sorprendente. Véase especialmente Deuteronomio 8:10-18; 32:15; Pr. 1:32; Ez. 16:49-50; Os. 13:6. Nos equivocamos penosamente cuando utilizamos las bendiciones de Dios para alentar la seguridad carnal. Cuando brilla el sol, ¿por qué deberíamos decir: Jamás habrá una tormenta o una nube?
- Si tenemos éxito, ciertamente deberíamos atribuirlo a Dios (v. 7). Sin Él, no hay ni fuerza, ni sabiduría, ni alegría, ni velocidad, ni estabilidad.
- En Dios está nuestra vida. Si esconde su rostro, no podemos sino ser «turbado[s]» (v. 7).
- Cualquier cosa que nos lleve a orar fervientemente es buena para nosotros (v. 8).
- Es muy legítimo que, en la oración, llenemos nuestras bocas de argumentos procedentes de la gloria de Dios o de nuestra debilidad y necesidades (v. 9). Ciertamente podremos, entonces, alegar los méritos del gran Redentor. «La fe en Dios es muy argumentativa».
- Nadie suponga que es malvado morir o entregarse a la muerte, si de ese modo podemos promover el bien de nuestra raza, la causa de la verdad o la gloria de Dios. Lo correcto es dejar el tiempo y modo de nuestra partida a la soberana disposición de Dios.
- El pueblo de Dios no debería negarse a abandonar este mundo por uno mejor. La muerte no es un enemigo para el creyente (cf. 1 Co. 3:22). La unión entre Cristo y su pueblo no es disuelta por la muerte. Ellos duermen en Jesús. No es a la muerte a lo que persistentemente se niega un buen hombre, sino a una muerte que traiga deshonra a Dios. Scott: «Deberíamos rogar al Señor que no finalicemos nuestras vidas con su desagrado, de manera deshonrosa a su nombre o sin provecho a nuestros hermanos».
- Lo que nos falta es misericordia (v. 10). No merecemos una sola cosa buena. Todo lo que necesitamos nos ha de llegar por inmerecida bondad y gran compasión, o jamás obtendremos bien alguno.
- Si tenemos la ayuda de Dios, no necesitamos ningún otro apoyo (v. 10). Él es suficiente. Solo Él es todo-suficiente.
- No es maldad estar muy triste, lamentar y ponerse cilicio (v. 11). No es pecado derramar lágrimas y lanzar suspiros. Jesús lloró. Su alma estuvo triste hasta la muerte. Hay un tiempo para llorar y un tiempo para lamentar (cf. Ec. 3:4). Dickson: «Conviene al hijo de Dios llorar cuando ha sido abatido, y humillarse en el ejercicio de la oración y el ayuno». Una de las peores señales es ser azotado y negarse a ser humillado.
- No es maldad estar muy alegre (v. 11). Hay un tiempo para reír (cf. Ec. 3:4). Podemos regocijarnos con gozo inefable y lleno de gloria. Bendito sea Dios, pues que su plan no es convertirnos en troncos y piedras, sino alegrarnos sobremanera.
- Nuestras mejores facultades de cuerpo y mente, las que constituyen nuestra «gloria» por encima de las bestias, pertenecen a Dios (v. 12). Nunca se emplea mejor el habla que cuando se elogia a Cristo, se glorifica a Dios y se alaba al Espíritu Santo, declarando todo el recuerdo de la bondad de Dios.
W. S. Plumer

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SALMO 29
Observaciones doctrinales y prácticas
- Los afectos justos hallarán materia de adoración y alabanza en todas las obras de Dios, en todos los aspectos de la naturaleza. Si «el astrónomo impío está loco», igualmente lo está el meteorólogo, geólogo, navegante, guerrero, artesano o agricultor impío. Dios está en todas partes. Sus maravillas están en todas partes. Todos, menos los ciegos y perversos, ven y adoran.
- Ninguna criatura, por muy excelsa que sea, es demasiado elevada como para reconocer su absoluta dependencia de Dios por todo lo que le ha dado, ya sea honor o poder, gloria o fortaleza (v. 1). «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Co. 4:7) es el tremendo desafío universal.
- Dickson: «De todos los hombres, los príncipes deberían ser los que más se preocupen de glorificar a Dios; y, sin embargo, es muy raro verlos humillados ante Él». A este deber los llama en alta voz la multitud de sus bendiciones y la solemnidad de su llamamiento. «A quien se haya dado mucho, mucho se le demandará» (Lc. 12:48). Pero las potestades terrenales son grandemente tentadas por su elevada posición, por las adulaciones de los cortesanos y por las corrupciones del corazón natural, que rechaza el sencillo reinado de Dios.
- No hay peligro alguno de que hombre o ángel, en la adoración de Dios, se extralimite en ardor, humildad o reverencia (v. 1). Absolutamente toda perfección debiera atribuirse a Él, que nos hizo. La adoración justa está cimentada en la naturaleza divina. A Dios pertenecen la gloria y la fortaleza, toda excelencia en grado infinito.
- Tan correcto es que Dios reciba todo lo que se le debe, como que lo reciban los hombres o los ángeles (v. 2). Negar los derechos de Dios es muy peligroso. Ni siquiera deberíamos rendirle tan solo una parte, y no el todo de lo que demanda. Él es infinitamente amable y, por tanto, debería ser indeciblemente amado; Él es infinitamente poderoso y majestuoso y, por tanto, tiene derecho a la más admirable reverencia.
- Hemos hecho muy poco progreso en la religión hasta que no vemos que hay una hermosura transcendente en la santidad (v. 2). No hay hermosura semejante a esta, porque es la hermosura del Señor, y nos hace semejantes a Él. La superioridad de los ángeles sobre los diablos consiste, principalmente, en la pureza de aquellos y la corrupción de estos. Sea ofrecida nuestra adoración a Dios –solo a Dios– como está mandado, llena de humildad, simplicidad, reverencia y confianza.
- Dios debería ser reconocido en todas las obras de sus manos, tanto en la creación como en la providencia, en las cosas mayores y en las menores, en el curso habitual de la naturaleza y en el inusual, en las «aguas» sobre la tierra y bajo la tierra, en la calma y en la tormenta, cuando Él «truena» (v. 3).
- Es muy maravilloso que no prevean y lamenten todos los pecadores los terrores que les alcanzarán. Si el trueno del poder de Dios les conmueve tan fuertemente aquí, ¿pueden esperar permanecer inconmovibles en el día de la ira? (v. 3). La experiencia muestra que a nadie sobrecoge más fácilmente el terror que a las pobres almas engañadas que, habitualmente, en la tierra de paz manifiestan el mayor desprecio de Dios y de las cosas celestiales.
- Si los hombres fuesen gobernados por los afectos y la razón adecuados, las obras habituales de la creación, el cielo claro y sereno, el suave céfiro, les impresionarían tan cierta y provechosamente como las manifestaciones más tremendas de la omnipotencia en las tempestades y terremotos. Una prueba de que los hombres no regenerados son terriblemente depravados es que rara vez despiertan a un vivo sentido de la existencia divina, excepto cuando se ven sobresaltados por algún triste revés, horrible accidente o tremendo fenómeno. «El trueno y el eclipse conmueven más que la creación del cielo y de la tierra».
- Es adecuado que la misericordia hable con notas de amor y ternura, como también lo es que las revelaciones de ira sean en tono de terror (v. 3). «Si los hombres no quieren escuchar la quieta vocecilla del amor de Dios, serán obligados a oírle con acento de trueno».
- Las evidencias del poder irresistible de Dios que se dan en la naturaleza, particularmente en las violentas agitaciones de la tierra y del aire, deberían convencer a todo hombre de que nada será más fácil que llevar a cabo las obras más terribles de venganza con que se les amenaza (vv. 4-9). Cuando Dios tronaba, el emperador Calígula solía ir a esconderse debajo de su cama. Y, cuando Dios pronuncie sus últimos truenos, los pecadores dirán a las rocas y a los montes: «Caed sobre nosotros, y escondednos […] de la ira del Cordero» (Ap. 6:16). Dios puede traer fácilmente todos los terrores del último día.
- El que manda sobre el relámpago, puede gobernar sobre cualquier cosa (v. 7). Una gloriosa verdad de la religión natural y de la revelada, es que nada es demasiado difícil para Dios. La omnipotencia no puede ser resistida.
- Si la voz de Dios en la naturaleza es tan potente, naturalmente deberíamos esperar que su palabra en la revelación sea poderosa. Es un fuego y un martillo que rompe en pedazos el pedernal. Scott: «La voz de la ley divina, si se le prestara la debida atención, llenaría las conciencias de los pecadores de más terror y asombro que todas las convulsiones de la naturaleza; y los efectos de la palabra de Dios, cuando es acompañada por las operaciones de su Espíritu Santo, son mucho mayores sobre las almas de los hombres que los del trueno en el mundo material. Su energía hace temblar a los más robustos, humilla a los más altivos, descubre los secretos del corazón, convierte a los pecadores; y a los salvajes, a los sensuales y a los inmundos los torna inofensivos, delicados y puros, semejantes a palomas y corderos» (cf. He. 4:12).
- El gran temor del trueno y del relámpago no siempre demuestra que se sea peor que el prójimo. Los tornados, los terremotos y los trastornos mentales no están sujetos a la razón ni a la piedad. En muchos casos, la educación tiene mucho que ver con nuestras agitaciones en tiempos de terrible tempestad. Sin embargo, la gente piadosa puede recordar, segura, que el que cabalga sobre la tormenta y maneja los mares, es su reconciliado Dios y su Padre celestial. Él hace todas las cosas bien. «Los hijos no tienen que temer la voz de su Padre cuando habla con ira a sus enemigos». Jamás se llenen los santos de temor y asombro.
- Ninguna parte de la tierra, ni su centro ni su circunferencia, está oculta a Dios o es ajena a su cuidado. El «gran y terrible desierto» es suyo, y es la morada de su esencial presencia como cualquier otra parte de la creación (v. 8). A las almas graciosas, el inhóspito desierto y el árido islote a menudo han sido como el cielo sobre la tierra (cf. Gn. 28:17; Ap. 1:9-10).
- La analogía entre la naturaleza y la revelación, y entre el gobierno natural de Dios y el moral, debería haber convencido a la humanidad, desde hace tiempo, de que todo el mal con que se amenaza a quienes incurren en la transgresión de las leyes divinas, ciertamente acontecerá (vv. 5-8). Es monstruoso que los hombres analicen las segundas causas de tal manera que olviden al que es el solo Autor de la naturaleza universal.
- Si el hombre tiene corazón para aprender, nunca puede carecer de maestro. Toda la naturaleza tiene lecciones para él (vv. 3-9). Algunas son sobrecogedoras, las más son calladas y apacibles. Las mejores lecciones a menudo se dan en los tonos más apacibles. ¡Ay de aquel que no ve, ni oye, ni siente, ni le preocupa nada de lo que ocurre a su alrededor!
- Sin embargo, los discursos más gloriosos de Dios se dan en, por, a través de y para su iglesia, con su adoración, doctrinas y disciplina (v. 9). Así lo enseñan las Escrituras expresamente (cf. Ef. 3:10).
- Tenemos la más alta autoridad para los más altos actos de adoración y alabanza (v. 9). Para este mismo fin fue constituida la iglesia.
- Los malvados de casi todas las épocas han hallado particular deleite en burlarse de los juicios de Dios, especialmente del diluvio. Pero hay asombrosa evidencia de que Dios presidió en aquel gran acontecimiento de nuestro mundo (v. 10). Sin embargo, los hombres no pueden apartar los terrores de aquella catástrofe más que haciendo, terriblemente, el tonto.
- El gobierno de Dios es estable. No puede ser subvertido (v. 10). Los imperios emergen y declinan, caen o se desvanecen, pero su reino no cambia. Los de otros a veces son fuertes y a veces débiles, pero el suyo posee todo el vigor y el poder, un mundo sin fin. Dura para siempre. Incluye toda la duración y todos los mundos. Aun las aguas residuales, sobre las que no se ven huellas de hombre o de ángel, proclaman que hay un Dios, que «se sienta […] como rey para siempre».
- Por Dios, y solo por Dios, vivimos. Toda nuestra fuerza procede de Él (v. 11). Esto es verdad de la vida natural de todos, y deleitosa verdad de la vida espiritual de los santos. Arnd: «Esta es una gloriosa consolación frente al desprecio y persecuciones de los pobres cristianos, la manada pequeña, que no tienen protección externa en el mundo, ni fuerza externa. Pero el Espíritu Santo infunde consolación y dice: El mundo no ha de dar fuerza y poder a la iglesia, sino el Señor. Como se consoló el rey Ezequías cuando dijo: “Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nuestro Dios” (2 Cr. 32:8). Y Juan: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4)».
- La reconciliación entre Dios y su pueblo es perfecta. La consecuencia es, necesariamente, «paz» (v. 11). Y la paz con Dios ha de ser seguida por la salvación. «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro. 5:1). «Mucha paz tienen los que aman tu ley,
y no hay para ellos tropiezo» (Sal. 119:165).
W. S. Plumer

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SALMO 28
Observaciones doctrinales y prácticas
- Lutero: «Podemos usar el salmo contra los tiranos y los espíritus fanáticos, pues de esta manera acostumbran los tiranos y perseguidores de la palabra fingir paz en la palabra y, sin embargo, secretamente planean consejos de muerte y homicidio todo el tiempo».
- Solo Jehová es el objeto propio de la oración (v. 1). Solo Él puede siempre oír, ayudar, ver y salvar.
- Nada conviene tanto al alma afligida como la oración (v. 1). Lo que aquí se enseña con un ejemplo, en el Nuevo Testamento se enseña por precepto (cf. Stg. 5:13).
- Dickson: «El alma en gran estrechez no puede detener y carecer de consuelo durante mucho tiempo; ha de tener alguna respuesta consoladora, a causa de lo que Dios es para ella por pacto» (vv. 1-2).
- ¿No es una clara demostración de la eficacia de la oración el que la práctica sea mantenida y recomendada por los piadosos de todas las generaciones? ¿Se haría esto si las oraciones no tuviesen poder de Dios? Si Él nunca respondiese, ¿le invocarían siempre? Los supersticiosos y farisaicos oran por otras razones: unos para alimentar un celo ciego y fanático, y otros para ser vistos de los hombres. Pero los inteligentes y fieles piden para recibir bendición divina.
- Es tan necesario creer que la oración es eficaz como orar (v. 1). Cualquier filosofía o dogma que nos enseñe a dudar de la eficacia de la oración es tan dañino como incierto.
- Cuando oramos correctamente, nos interesaremos por obtener una respuesta en paz (v. 1). Quien abandona su oración, como el avestruz abandona su huevo en la arena, y no se preocupa más de ella, no ora en absoluto. Cuando Elías oró por lluvia, envió a su siervo a que «[mirara] hacia el mar» (1 R. 18:43), para ver si venía. Scott: «Mientras otros perturban a sus congéneres con vanas quejas, los creyentes deberían, en medio de la aflicción, clamar más fervientemente a “la Roca de su salvación”; y no deberían descansar hasta que hayan recibido alguna muestra satisfactoria de que sus oraciones son oídas, pues si el Señor se pudiese negar a responderles, su caso se parecería al de quienes han perecido en sus pecados, a cuyos clamores agonizantes jamás se dará una respuesta graciosa». Los hombres no pueden estar en peor condición que cuando la oración no es oída.
- No es un estorbo, sino una ayuda, tener sentido de la absoluta ineptitud personal (v. 1). La capacidad jactanciosa no hace nada, mientras que la humildad, que confía en la fuerza infinita, hace maravillas.
- La oración debe ser ferviente y vehemente. Todo sacrificio se ofrecía con fuego. Debemos «clamar» al Señor (v. 1). Debemos orar con gemidos que no pueden decirse. Las peticiones sin corazón no sirven. Debemos emplear «la voz de [nuestros] ruegos» (v. 2). David «fue de tal manera atacado por la ansiedad y el temor, que no oró fríamente, sino con ardiente y vehemente deseo, como aquellos que, bajo la presión del dolor, claman con vehemencia».
- Las Escrituras no conceden importancia a la postura o el gesto en la oración (v. 2). Uno eleva sus manos y ojos al cielo; otro tan solo eleva sus ojos al cielo. Ezequías vuelve su rostro al muro, e Isaac camina por el campo. No es la actitud o gestos del cuerpo lo que agrada a Dios. En las oraciones públicas, nuestras posturas deberían ser reverentes. Tenemos libertad para permanecer en pie o de rodillas, como sea más conveniente. Si una postura se considera más favorable para la devoción que otra, esa debiera adoptarse.
- Al igual que el antiguo oráculo era un tipo de Cristo al que los fieles adoradores miraban, nosotros debemos mirar solo a nuestro Salvador. Sea nuestro incesante gozo que «no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios» (He. 9:24). ¡Glorioso Redentor! ¡Gracioso Intercesor! ¡Bondadoso Salvador! Te lo debemos todo.
- En todas las épocas, los piadosos han temido ser contados y castigados con los malvados (v. 3). Para ellos, nada es más alarmante o repulsivo. En el salmo 26, teníamos la oración: «No arrebates con los pecadores mi alma» (Sal. 26:9). Aquí tenemos: «No me arrebates juntamente con los malos». A esta mentalidad se le aseguran muchas bendiciones. Una es bien afirmada por Henry: «Quienes se cuidan de participar de los pecados de los pecadores, tienen motivo para esperar no participar de sus plagas» (cf. Ap. 18:4).
- La franqueza es una cualidad esencial del buen carácter. La falta de ella lo vicia todo, y coloca al hombre con los malhechores (v. 3). Hay sentido común en que «el hombre honrado es la obra más noble de Dios» sobre la tierra: un hombre que hace a los demás lo que le gustaría que los demás hicieran a él; un hombre que rinde a su Hacedor la alabanza, honor, servicio y homenaje que le son debidos; un hombre que moriría antes que robar a Dios o defraudar al hombre a sabiendas; un hombres que prefiere sufrir abuso mil veces antes que cometer un solo acto de injusticia. Tal hombre, cubierto de oro o de harapos, en prisión o en el poder, es la muestra más noble de todas las obras de Dios sobre la tierra.
- Aunque son muchos los males de los justos, no comercian con el pecado; no «hacen iniquidad» (v. 3). El método bíblico para determinar el carácter es conciso, pero claro y decisivo: «El que hace justicia es justo […]. El que practica el pecado es del diablo» (1 Jn. 3:7-8).
- Verdaderamente, los malvados están haciendo una obra triste para sí (v. 4). Si no hay un rápido y poderoso cambio en su naturaleza, no hay hombre ni ángel que pueda adecuadamente describir o concebir la miseria y horror de su destino. Al igual que los pecados de Coré, Absalón, Beltsasar, Judas y Herodes naturalmente produjeron los terribles fines de estos hombres, todo pecado impenitente, ya sea secreto o popular, indefectiblemente lleva a sus hacedores a un destino temible de contemplar, y más temible cuanto más se contempla.
- Dios es justo. Dios es recto (v. 4). «Él practica la ley del talión conforme a su rectitud. La justicia revierte: el injusto golpe que yo dirijo a otro se vuelve, conforme al gobierno moral del mundo, hacia mí».
- La retribución no solo será para lo que los hombres han realizado realmente, sino para lo que han procurado efectuar (v. 4).
- Cuando ni los acontecimientos favorables de la providencia, ni los terribles juicios de Dios, afectan debidamente a los hombres, la condenación está a las puertas (v. 5). Pregúntese a sí mismo todo hombre honrado: Bajo las providencias, ¿me comporto como los pecadores?
- Si los malvados en tierra evangélica no se convierten a Dios de sus pecados, no será por falta de sucesos apropiados para hacerles considerar las acciones de las manos divinas y las indicaciones de su voluntad, especialmente como se exponen en su bendita Palabra (v. 5).
- Todo creyente tiene abundante motivo para bendecir y alabar a Dios (vv. 6-7). Cuando piensa en todo lo que Dios ha sido, es y siempre será para él; en todo lo que Dios ha hecho, está haciendo y siempre hará por él; en los males de que ha escapado, y las buenas cosas que está autorizado a esperar; ¿cómo pueden ser excesivos sus elogios del todopoderoso?
- La vida de todo buen hombre debería abundar en gozo y regocijo. En el pasado, en el presente, en el futuro, en Dios, en sus caminos, en diez mil cosas, hay apropiados y abundantes temas de alegría. Esto no debería mostrarse en el «júbilo frenético» y la juerga salvaje tan agradables a los pecadores, sino en la santa alegría de las mentes castigadas y confiadas.
- Por muy triste que sea el caso y oscura la mente del creyente genuino en un momento dado, vienen días mejores (compárese con los versículos 1, 2, 7 y 8). La noche más larga tiene su amanecer. Morison: «La escena de aflicción y persecución se cambiará por el brillante fulgor de un día igualmente despejado y sereno. Las lamentaciones de la penitencia serán sucedidas por la dulce conciencia de la misericordia perdonadora; el dolor de la aflicción precederá a un largo día de gozo y prosperidad; y el clamor de la inocencia oprimida derribará en la cabeza culpable a los ministros de la ira divina».
- Lo que Dios es a un santo, es a todos los santos (vv. 7-8). Esto nunca dejará de ser así. Esto proporciona abundante motivo de alegría cuando le va bien a los demás. Henry: «Los santos se regocijan en las ventajas de sus amigos igual que en las propias; pues, así como no tenemos menos beneficio de la luz del sol, tampoco de la luz del rostro de Dios porque otros participen de ella; pues estamos seguros de que hay suficiente para todos y cada uno de nosotros. Esta es nuestra comunión con todos los santos: que Dios es su fortaleza y la nuestra; Cristo, su Señor y el nuestro» (cf. 1 Co. 1:2).
- Si los hombres que parecen faltos de palabra en la oración, estudiasen atentamente las Escrituras y proveyeran sus mentes de las palabras del Espíritu Santo, pronto tendrían deleitosa abundancia y diversidad en sus peticiones (v. 9).
- Tan grandes son los privilegios y tan abundantes las bendiciones de los santos de Dios, que una lista completa de ellos no conformaría una parte pequeña de la Palabra de Dios (v. 9). Cristiano, como puedas, haz un inventario de tus misericordias y bendiciones y, así, prepárate para dar gracias.
- ¿No deberían todos los gobernantes orar por su pueblo? David oró por el suyo (v. 9).
- Al orar por sus súbditos, David también oró por Sión (v. 9). Imitemos tan buen ejemplo. «Pedid por la paz de Jerusalén» (Sal. 122:6).
- Henry: «Aquellos, y solo aquellos, a quienes Dios alimenta y gobierna, que desean ser enseñados, guiados y regidos por Él, serán salvos, benditos y alzados para siempre».
- Al igual que David, un tipo de Cristo, fue librado y pudo bendecir, así, a sus amigos –que se habían adherido a él en la adversidad–, Cristo, habiendo vencido a todos sus enemigos, puede bendecir para siempre a sus amigos –que le han seguido en medio de las buenas críticas y de las malas críticas. Ciertamente, como Él venció, también nosotros venceremos; como Él se ha sentado en su trono, también nosotros nos sentaremos. Aquí, podemos emitir aullidos; en el cielo, emitiremos aleluyas.
- Cuán distintos son los gustos, temores, esperanzas y mentes de los santos respecto a los de los pecadores. Ningún hombre malvado puede colocar su mente en las palabras «para siempre» sin dolor, mientras que al cristiano la eternidad nunca le parece demasiado larga para proclamar la alabanza de su Hacedor, disfrutar del amor de su Salvador y beber de las fuentes de la dicha inagotable.
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Observaciones doctrinales y prácticas
- Jehová mismo es el bien infinito, la porción de sus santos, su todo y en todo, su luz y alegría, su seguridad y liberación, su fuerza y refugio (v. 1). Si nuestra fe fuese tan fuerte como debiera, nada podría llenarnos de consternación o espanto. Puesto que Dios no cambia, la condición de su pueblo nunca es desesperada.
- Una de las mejores maneras de despejar las dudas y temores, es buscar la ayuda de las doctrinas más fuertes y las verdades más elevadas de la religión (v. 1). Las doctrinas débiles no pueden hacer frente a las tentaciones poderosas.
- No hay confianza mejor que la que ponemos en Dios; no hay gozo como el que Él da; no hay liberaciones tan manifiestamente gloriosas como las que Él obra; no puede ser más dulce la vida que cuando la sentimos como el don renovado de Dios (v. 1).
- El valor es deber del hombre y don de Dios (v. 1). Deberíamos autocensurarnos fuertemente por nuestra timidez desalentadora. Si tememos a Dios como es debido, todo temor despavorido resulta vano. No hay motivo para el tal. No hay triunfo sin intrepidez. Debemos ser heroicos, o debemos perecer.
- Es un privilegio indecible estar en el pacto de Dios, de modo que podemos decir: Él es mi luz, mi salvación y la fortaleza de mi vida (v. 1). Un Dios impersonal apenas está más lleno de indefinición que un Dios con quien no mantenemos relaciones personales o federales.
- Había gran sabiduría en la oración de John Wesley: «Señor, si he de contender, que no sea con tu pueblo». Cuando tenemos por enemigos y adversarios a quienes aborrecen a los buenos hombres, tenemos al menos esta consolación: que Dios no está de su lado y, por tanto, este es esencialmente débil (v. 2).
- El odio de los malvados a los justos es mortal. Quieren comer su carne (v. 2). Fue así desde el principio. Ha sido así siempre. ¡Oh, cómo han masacrado al pueblo de Dios!
- La manera en que los malvados fracasan es terrible. Si tuviesen sabiduría, el diluvio, la caída de Sodoma y Gomorra, el derrocamiento de Faraón y sus ejércitos, o cualquiera de sus grandes derrotas, les habrían convencido de que su guerra con Dios, su verdad y sus santos era absurda necedad. Desde que comenzó el mundo, el final de toda batalla que han librado contra Dios y su pueblo ha sido este: «Tropezaron y cayeron» (v. 2). «El éxito temporal de los malvados es solo una introducción a una desgracia y miseria más profundas».
- Aunque es fácil abusar, también es posible hacer un uso adecuado de las experiencias y liberaciones pasadas. En esto, David nos da un buen ejemplo (vv. 2,9). El que ha librado puede librar. El que creó el mundo puede hacer cualquier cosa. El que ha sido nuestra ayuda, luz, seguridad y fortaleza es eterno e infalible.
- Dios puede derrotar a un mundo en armas contra uno de sus escogidos con la misma facilidad con que puede reducir a nada el consejo y la ira de un hombre (v. 3). Para Él, un ejército es como un hombre, y todas las naciones como saltamontes. Si queremos obtener mucho consuelo, debemos estudiar los atributos de Dios y familiarizarnos con Él. El que no espera más que lo que las apariencias le indican, será una pobre criatura; mientras que el que espera contra esperanza, será una columna.
- Cuando a los justos les acontece lo peor, entonces mejoran las cosas. El ejército acampa, la batalla se enfurece, la resolución llega entonces, y el resultado es que los justos están tranquilos y seguros, y de este modo resultan victoriosos (v. 3).
- Dickson: «Un modo de fortalecer la fe es tomar la decisión, por la gracia de Dios, de poner la fe en acción, sin importar la dificultad, y en un sentido echar mano de nosotros mismos y sostener este escudo frente a los virulentos dardos cualesquiera que sean, aunque posiblemente, cuando llegue el empuje de picas, no resultemos ser tan fuertes como audaces» (v. 3).
- Calvino: «Entonces, la fe da fruto a su debido tiempo, cuando permanecemos firmes y sin temor en medio de peligros» (v. 3).
- El que hagan guerra a un hombre no significa que esté equivocado (v. 3). Las mejores causas y los mejores hombres a menudo se encuentran con la oposición más feroz.
- La adoración visible de Dios siempre ha sido y siempre debe ser una fuente de continuo gozo para los rectos (v. 4). No hay evidencia de que esto deje de ser así en un mundo futuro. Sabemos que no lo será. Véase el libro de Apocalipsis. Todas las ordenanza divinas de adoración son edificantes. Ciertamente, quienes esperan pasar su eternidad en las alabanzas de Dios, deberían afinar sus harpas para su servicio antes de abandonar este mundo.
- Cuando tenemos un buen pensamiento o deseo, no debemos entregarlo a la tentación, sino aferrarnos a él y abrigarlo (v. 4). Cuando alguien admiró la biblioteca de Leighton, él dijo: «Un pensamiento piadoso vale más que toda ella». Tenía razón.
- A veces, los hombres han hablado despectivamente del amor de gratitud a Dios y, a veces, del amor de complacencia en Dios. La Biblia no hace ninguna de las dos cosas. Al igual que en otro lugar recomienda aquel (cf. Sal. 116:1), aquí recomienda este (v. 4). El gran error de los malvados respecto a Cristo es que, cuando le ven, no hay en sus ojos belleza para que lo deseen. Quien no se preocupa de contemplar la hermosura del Señor, es un pobre y ciego pecador.
- En el fundamento de un sólido progreso en el aprendizaje, se encuentra el sentido de la ignorancia. Solo aquellos que manifiestan un espíritu dócil están en disposición de aprender, o de inquirir en el tempo de Dios (v. 4).
- La seguridad del pueblo de Dios en esta vida no consiste en la exención de dificultades y peligros, sino en el cuidado y protección de aquel que los esconde en su pabellón y en su tabernáculo, y los pone sobre una roca (v. 5).
- Aunque la gravedad y solemnidad conforman la casa de Dios, deberíamos, aun en los momentos más difíciles, conducir nuestra adoración con alegría y regocijo (v. 6). La afectación y superstición nunca son complacientes a Dios ni a los hombres rectos. Henry: «Todo lo que sea objeto de nuestro gozo debería ser objeto de nuestra alabanza. Y, cuando acudimos a Dios en las santas ordenanzas, deberíamos estar llenos de gozo y alabanza». «A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo» (2 Co. 2:14).
- Los santos no solo serán salvos; serán salvos manifiesta y abundantemente. Sus cabezas se alzarán sobre todos sus enemigos (v. 6). No será ningún secreto que el pueblo de Dios sea librado. Aun aquí, Dios a menudo los saca con brazo fuerte y mano poderosa. Y, cuando por un buen motivo los prueba durante mucho tiempo, a menudo quita de sus mentes toda duda de su perfecta victoria. Dickson: «El Señor puede dar al creyente seguridad de lo que ha de tener, y dejarle tan clara la posesión de la promesa como si la tuviese en la mano». «Felices aquellos cuya fe y esperanza son tan vigorosas como cierta la seguridad».
- Todas las misericordias reclaman gratitud; y algunas, aunque personales, demandan público y alegre reconocimiento, y aun exultación (v. 6)
- Es imposible explicar la palabra de Dios conforme a reglas sanas de interpretación, y condenar el uso de música alegre y solemne en su adoración pública (v. 6). En este punto, el Nuevo Testamento es tan claro como el Antiguo (cf. 1 Co. 14:15; Ef. 5:19; Col. 3:16; Stg. 5:13). La adoración de Dios no debería ser absolutamente silenciosa e inaudible.
- Tanto la oración como la alabanza son deberes. La adoración se le debe a Dios como lo que más (vv. 6-7). Si Él no merece los actos de culto más elevados, no merece nada.
- El que, piadosamente, busca el rostro de Dios, obedece un mandato muy apremiante y gracioso (v. 8). Puede descansar seguro de que no carecerá de misericordia, protección, instrucción, redención y salvación (vida eterna). De tan inestimable precio es el favor de Dios, que los justos alegremente renunciarían a toda bendición por amor al mismo.
- El desamparo divino es fatal para cualquier causa. Los justos saben esto y, por tanto, oran con mucha insistencia frente a una calamidad tan grande (v. 9). Nada peor puede pasarle a un hombre que ser dejado a su suerte. Ser completa, final y eternamente abandonado por Dios es el infierno.
- Uno de los mejores ejercicios de una mente piadosa es convertir las promesas en oraciones. Dios dice: «No te dejaré, ni te desampararé» (Jos. 1:5). Oremos continuamente: «No me dejes, ni me desampares». Podemos, además, descansar seguros de que todo aquello por lo que es legítimo orar, se les asegura a los creyentes en el juramento del pacto. Dios nunca incita al alma a clamar: «No me dejes, ni me desampares», sin decir: «Nunca te dejaré, ni te desampararé». Es adecuado orar por todo lo que se promete; y, ciertamente, se promete todo aquello por lo que se ora de manera adecuada (v. 9).
- El desamparo de los amigos, por muy queridos que sean, no debería hacernos desesperar (v. 10). Hubo un tiempo en que casi todo el mundo estaba contra David y, sin embargo, triunfó. Los diablos y los hombres malvados estaban contra Cristo; un discípulo le entregó, otro le negó, y todos le abandonaron; aun su Padre sacó en su contra la terrible espada de la inflexible justicia, y la hundió en lo más profundo de su santa alma; sin embargo, nadie triunfó jamás como Él. Desde su resurrección hasta este día, ha habido una serie ininterrumpida de victorias. Y así será hasta que haya puesto todas las cosas bajo sí. «Dios es un Amigo más seguro y mejor de lo que son o puedan ser nuestros padres terrenales».
- Ningún hombre puede dar demasiado valor, o buscar con demasiada diligencia, o seguir demasiado de cerca, la guía y conducción divinas (v. 11).
- Debemos comprobar que hacemos cosas adecuadas de manera adecuada, y que no se hable mal de nuestro bien. Dickson: «Hay peligro de desamparo, o de que Dios nos entregue a la voluntad de nuestros enemigos, si no llevamos una buena causa de manera legítima, santa y delicada» (v. 11).
- Si tenemos enemigos, también los tuvieron otros antes que nosotros (vv. 2,11-12). Algunos hombres parecen tener gusto por hablar mucho de sus enemigos. Esto puede surgir de la vanidad que se deleita en la notoriedad así obtenida, o del deseo de asegurarse la compasión, o de un corazón lleno de angustia al ser acosado por aborrecedores y opositores. Sin embargo, cuando nuestros enemigos son muchos, violentos y crueles, a menudo es un alivio hablar de ellos. No le es dado al hombre ser grande, útil o influyente sin despertar la malicia de los innobles. Hay un gran grupo de hombres que sospechan y, a menudo, aborrecen a todos los que los superan. ¿Cuál de los profetas o apóstoles vivió sin amargos enemigos? Cristo mismo fue aborrecido sin causa. Ningún buen hombre se sorprenda de hallar a hombres que lo aborrecen.
- A menudo, deberíamos reconocer con gratitud la bondad de Dios, que nos guarda del poder de los malvados (v. 12). Cuando los hombres no solo son malvados, sino que su maldad toma la forma de tiranía, entonces, estar bajo su poder hace que la existencia terrenal deje de ser deseable. La crueldad y la opresión son a veces peores que la estrangulación y la muerte.
- Quienes están dispuestos a disculpar a los malvados, como si solo fueran moderadamente viles, harían bien en examinar los trazos de sus caracteres dados en la Biblia. Allí se dice que su mismo aliento es cruel y homicida (v. 12).
- Una esperanza viva y una fe fuerte son cosas buenas (v. 13). ¡Oh, es bueno que el hombre espere y aguarde calladamente la salvación de Dios! Morison: «¡Qué luz en las tinieblas es la confianza en el cuidado paternal de Dios!».
- Quienes ejercitan la gracia que tienen, tendrán más gracia (v. 14). Al que tiene le será dado. Calvino: «Puesto que David era consciente de su debilidad, y sabía que su fe era el gran medio de conservarlo seguro, a tiempo se fortalece para el futuro. Bajo la palabra «aguardar», además, tiene en mente nuevas pruebas, y pone ante sus ojos la cruz que debe llevar».
- Cuando tengamos oportunidad, deberíamos hablar, para el consuelo de los santos y la gloria de Dios, de nuestras maravillosas y ajustadas escapatorias (v. 13). Envalentona poderosamente a los santos oír a uno de los suyos, recién librado del horno, dar una exhortación como la del versículo 14.
- Dickson: «Aunque el Señor permita que la dificultad permanezca, y que aumenten las fuertes tentaciones, y crezca el dolor del corazón, sin embargo, aún debemos esperar, pues a su debido tiempo llegará la liberación» (v. 14).
- Esforzaos y aliéntese el corazón de todos vosotros, santos; sí, esperad a Jehová.
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