La ley y el evangelio: El legalismo y la justificación por la fe (I)

Continuamos con la publicación de viejos artículos aparecidos en la antigua revista «Pregonero de Justicia». En esta ocasión, se trata de un artículo sobre la ley y el evangelio, que en el original aparecía dividido en dos partes, pero que nosotros hemos preferido publicar en cuatro secciones, con el fin de mantener la extensión que solemos dar a nuestras entradas. Las subsiguientes partes aparecerán, Dios mediante, en las próximas semanas. De momento, esperamos que esta primera parte sea del agrado de nuestros lectores.gavel            ¿Es usted un legalista? «¡No, en absoluto!», es la contestación que la mayoría de nosotros daríamos a una pregunta semejante. Esto es así porque cualquiera que se haya familiarizado, aun superficialmente, con el mensaje cristiano, conoce la enseñanza bíblica de que la salvación es por gracia, por medio de la fe, y no por medio de esfuerzos humanos de guardar la ley (cf. Ef. 2:8,10; Ro. 3:28). ¿Cómo puede alguien que tome la Biblia en serio ser un legalista?

 

            Sin embargo, todos somos legalistas, todos nosotros. Siempre, desde que Adán y Eva cosieron hojas de higuera para cubrir su desnudez, todos hemos sido legalistas por naturaleza, en todo tiempo. Lo mismo podemos decir: «No tengo pecado», que: «No soy un legalista». Lutero luchó con vehemencia en contra de la herejía del legalismo. Sin embargo, confesó con franqueza que el legalismo era como aceite que se cuela entre sus huesos.

            La herejía del legalismo obtiene su fortaleza de la naturaleza humana. Mientras sean seres humanos los integrantes de la iglesia aquí en esta tierra, deberá existir una lucha constante contra el legalismo. El evangelio de la gracia salvífica de Dios en Cristo nunca puede aprenderse demasiado bien. La disposición de contribuir a nuestra salvación, aun en lo más mínimo, es como una zorra del desierto: si se la acorrala en una de sus guaridas, consigue escapar por alguna de sus múltiples salidas. El corazón del hombre, siendo engañoso y desesperadamente malvado, puede vestir la salvación con el ajuar más evangélico, por medio de las obras humanas.

Tipos de legalismo en la historia eclesiástica

  1. Medieval. La teología clásica medieval tenía mucho que argumentar respecto a la justificación por gracia. Sin embargo, resultó ser el sistema de legalismo más terrible de la historia de la iglesia. Y ello ¿por qué? Era una teología hábilmente diseñada por la naturaleza humana. El profeta Daniel describe el sistema teniendo «ojos como ojos de hombre» (Dn. 7:8). San Pablo lo llama «el hombre de pecado» (2 T. 2:3). San Juan dice que lleva «número de hombre» (Ap. 13:18). Lo cual quiere decir que la iglesia se corrompió por el perverso entendimiento del hombre. La palabra «gracia» dejó de significar la misericordia y el favor que Dios muestra hacia los pobres e inmeritorios pecadores, y adquirió el significado de «cierta virtud que Dios infunde en el interior del corazón humano». En lugar de considerarse –como es en realidad– una cualidad del corazón de Dios, adquirió el significado de «cualidad que se halla en el corazón del que cree». Mientras que Pablo enseñaba que los pecadores son justificados por la obra que Dios hizo por nosotros en Cristo, la iglesia llegó a enseñar que los santos son justificados por la obra que Dios realiza en ellos mediante el Espíritu Santo. De esta manera, se llevó a los adoradores a fijarse en la condición de sus propios corazones y el estado de su experiencia religiosa como fundamento de su aceptación para con Dios, en lugar de confiar únicamente en lo que Cristo efectuó por ellos en la cruz.

            La esencia del error romano fue confundir la obra de regeneración efectuada por el Espíritu Santo en el corazón, con la justificación por medio de la justicia imputada de Cristo. O, desde otra perspectiva, se propone el nuevo nacimiento como la base de aceptación para con Dios. (La misma confusión se halla profusamente extendida en el movimiento protestante hoy en día.) En sorprendente contraste, el evangelio presenta a Jesús como la única justicia del creyente ante Dios (cf. Jer. 23:6). El pecado es aceptado debido a que Jesús es aceptado en su lugar; es declarado justo solamente porque su Sustituto es justo. Nada, absolutamente nada dentro del creyente, lo constituye acepto ante Dios. Es «acepto en el Amado» (Ef. 1:6).

            La filosofía del legalismo medieval no está muerta en absoluto. En años recientes, ha renacido en el avivacionismo popular y en la loca búsqueda de experiencias religiosas excitantes. Cuando la experiencia religiosa del creyente se convierte en el foco principal de la enseñanza religiosa, la filosofía subjetiva medieval obtiene un triunfo. No importa de qué modo logren los carismáticos disfrazar sus preocupaciones por las emociones religiosas: sigue siendo la esencia del legalismo medieval. La sorprendente similitud entre la experiencia pentecostal y el misticismo medieval se encuentra muy bien documentada (véase el número especial de «Pregonero de Justicia» titulado «La Justificación por la Fe y el Movimiento Carismático»).

  1. Sinergismo. «Sirve a Dios lo mejor que puedas, y Cristo suplirá lo que falta; de ese modo serás justificado». Así es como muchos piensan que deben combinar la ley y el evangelio. John Bunyan tuvo que afrontar este tipo de error en sus días, de modo que personificó este legalismo como «Ignorancia» en su obra El progreso del peregrino:

Cristiano: ¿Y cómo crees?

Ignorancia: Creo que Cristo murió por los pecadores, y que seré justificado delante de Dios y libre de la maldición porque Él acepta por gracia mi obediencia a su ley. O, por decirlo de otra manera, Cristo hace que mis deberes religiosos sean aceptables a su Padre, en virtud de sus méritos, y de ese modo soy justificado». –El Peregrino, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1966, págs, 179, 180.

La fórmula de Ignorancia para obtener la salvación puede expresarse así: 

            Mi obediencia + El mérito de Cristo = Salvación

En teología, esto se conoce como sinergismo. Nos recuerdo la historia del hombre condenado a muerte por desfalco, que halló compasión en el corazón de la familia real. El rey donó dos mil dólares del tesoro real para hacer frente a la deuda, la reina aportó mil dólares y el príncipe heredero donó novecientos ochenta. Después, la gente del público pasó una gorra y recolectó diecinueve dólares con noventa centavos. Pero todo esto no servía de nada, dado que el pobre hombre debía pagar cuatro mil dólares. «No hay más que hacer –dijo el juez–. El hombre debe ser ejecutado». Desesperado, el condenado buscó en los bolsillos de sus pantalones, de donde extrajo el vital billete de diez centavos, lo cual le valió el aplauso de los espectadores. Es cierto que el último billete de diez centavos no era una gran cantidad comparado con las aportaciones de la familia real, pero fue el que evitó su ejecución. De la misma manera, aunque pensemos que la contribución que debemos hacer para nuestra salvación es tan pequeña como un billete de diez centavos, es inevitable que nos parezca más importante y preciosa que el mérito de Jesucristo.

Robert D. Brinsmead

2 comentarios en “La ley y el evangelio: El legalismo y la justificación por la fe (I)”

  1. Muchas bendiciones para todos los obreros que realizan tan noble obra. Desearía recibir la revista si es posible…
    Gracias:
    Jimmy Morales
    Hc5 Box 55945
    Aguadilla, PR , 00603

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    1. Nos alegra mucho, Jimmy, tu interés por nuestros artículos. Nuestro propósito es, precisamente, proveer de buen material cristiano a toda la comunidad de habla hispana. Esperamos que te siga resultando de edificación en la fe todo lo que encuentres en nuestra página.

      Por otro lado, la revista a la que te refieres está ya fuera de edición. Los artículos que hemos publicado, procedentes de la misma, los rescatamos de unos viejos ejemplares que aún conservamos. De todos modos, todavía disponemos de más artículos de diversas fuentes que quisiéramos publicar, en cuanto nos sea posible.

      Recibe un fraternal saludo en Cristo.

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