Ayer, 25 de julio, coincidió con la festividad de Santiago apóstol, el conocido como «Patrón de las Españas». Conocidas son las peregrinaciones que se realizan desde numerosos puntos de España y de Europa hasta el santuario donde supuestamente está enterrado este apóstol, en la capital de Galicia, Santiago de Compostela, así como las intercesiones que se piden a este «santo», no sólo a nivel individual sino, incluso, nacional. Por un lado, que es un gran patrimonio histórico y artístico de España todo el conjunto arquitectónico de la ciudad santiaguesa, muy cierto. Que es todo un tinglado religioso-supersticioso, también. El reformador protestante Martin Lutero decía con desdén que las reliquias de Santiago de Compostela podían pertenecer a un perro o a un caballo, y las tropas inglesas que lucharon contra los ejércitos de Felipe II las consideraban “el principal emporio de la superstición papal”.
No hay un solo testimonio que confirme con fundamento la leyenda de Santiago el Mayor, el “hijo del trueno”, “evangelizador de España”, feroz guerrero contra el infiel musulmán y origen de un mito religioso que ha resistido once siglos hasta derivar en un fenómeno entre espiritual, mágico, turístico, cultural y festivo. La realidad es que el bueno de Santiago fue un pescador de Judea, hijo de Zebedeo y Salomé, quien, junto a su hermano Juan el evangelista, debió de tener una relación personal muy estrecha con Jesucristo. Herodes lo ordenó decapitar en Jerusalén en una fecha que los historiadores sitúan entre los años 42 y 44, con lo que dificilmente pudo haber salido en toda su vida de Judea y haber predicado en otro sitio, mucho menos en España, la otra punta del mundo por aquel entonces.